La esquina
José Aguilar
¿Tiene pruebas Aldama?
Decía un viejo amigo que caminar no es andar. Que cuando caminamos el tiempo se detiene, que somos capaces de pensar, de sentir lo que quiere, lo que necesita de nosotros; que nos interpreta como parte importante de él, que dibuja en color lo que un mundo atemorizado quiere y pretende de esta sociedad. Andar, en cambio, nunca será lo mismo. Cuando andamos, cerramos los ojos, nos abocamos al abismo, nos reseteamos en modo cero. Como si quisiéramos que todo transcurra rápido y que la página de nuestras vidas que toca escribir, apenas sea un borrón que pasa de largo sin pronunciar cada uno de nuestros nombres.
Hoy, verano del dos mil veinte, sólo andamos. Cara tapada, manos que protestan con tanto gel, mascarilla veinticuatro horas, y, quién lo iba a decir, sin reconocernos, sin querer hacer el resumen del año desolador que añadimos a nuestra mochila como una pesada carga. Tenemos miedo, y el miedo nunca fue agradable compañero de la historia de cada uno. Andamos. Cada vez en menor compañía, procurando a nuestro lado lo que no aporte, lo que nos aleje del espacio que, sin querer, nos tocó vivir. Sin saber si algún día alguien devolverá, lo que aquí y ahora, sólo da para un penoso y cansino sueño.
Sí. Caminar no es lo mismo que andar. Cuando andamos, nos erguimos en mitad de la nada para atisbar con tranquilidad que a nuestro alrededor sólo hay eso. Nada. Y la nada, por paradójico que parezca, otorga una ingrata frescura. El miedo ganó la batalla a la razón, y en constante y diaria autoprotección, no hay nadie que pueda despertar una sociedad tan herida por lo irreconocible de discursos y lamentaciones, por el camino que recorremos y que a diario sorprende con cifras que nunca regresan al cero. Es duro, pero apenas tuvimos tiempo de prepararnos para ello. No nos dejaron. Nadie lo advirtió. Por mucho que hoy, en la batalla de lo político, unos culpen a otros, nadie lo advirtió.
Volviendo de un verano de dos mil veinte que casi me devuelve contemplar la última ruta donde camino, me pregunto si no será mejor mirar al frente, al mañana, y en compañía de quienes deban proponernos un futuro, ayudar todos a caminar. Me pregunto también por los que vienen, por los que empujan, por los que necesitan aprender, por quienes, a pesar de contemplarnos en este letargo, su vida ni la nuestra puede ser la de sólo andar. Que necesitamos unir fuerzas, juntar horizontes y pensar que no hay mundo sin mañana, que, a pesar del infortunio, debemos crecer con el virus. Que no vinimos a exigir amaneceres, ni a afear conductas de nadie. Que vinimos con pico y pala, a construir, a devolver lo que de gratis se dio. Que no queda tiempo, que caminando, la vida volverá a triunfar, y que nuestro mundo volverá a ser eso. Vida. Nada más que vida.
Sentir que siempre habrá alguien, con mascarilla y todo, a quien debamos enseñar a caminar. Y a soñar, y a creer en ellos mismos, y que el futuro es suyo, sólo suyo. No hay tiempo para declarar responsables, para tirarnos la pelota, para empujarnos al vacío. Caminemos. Decía Nietzche que los grandes pensamientos aparecieron al caminar. Pues caminemos. De vuelta del verano, caminemos. Nos hace mucha, mucha falta.
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