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Hace unos diez años, oí usar por primera vez el adjetivo "viral" en términos elogiosos. "Ese libro se ha hecho viral", me dijo un editor comentando las buenas ventas de una novela. Desde entonces, el uso del adjetivo se ha introducido en nuestras vidas. Cada dos por tres hay un vídeo o un personaje de una serie o un tuit que tienen una repercusión apabullante en medio mundo, y que por lo tanto se definen como "virales" porque su éxito se ha propagado a la velocidad de un virus. A mí, el término "viral" nunca me ha gustado. Una vez me dieron el alta en un hospital de Tailandia con un parte médico en el que se estipulaba que yo había sufrido "una infección viral de origen desconocido". Para quienes hemos pasado por esa experiencia, el adjetivo "viral" es casi tabú: significa fiebre, angustia, hospitales, enfermos. Pero está visto que millones de personas no ven nada malo en esa palabra. Son personas que creen vivir en un mundo que consideran híper-seguro y en el que las únicas amenazas virales provienen de los influencers que lanzan sus vídeos por Youtube.
A lo largo del siglo XX, cualquier habitante del planeta sabía que en cualquier momento podía abatirse una epidemia -o una catástrofe- sobre el lugar en el que vivía. Los seres humanos éramos precavidos y sabíamos que las cosas podían torcerse en cualquier momento. Pero ahora las cosas han cambiado. Nos dan mucho más miedo las amenazas hipotéticas que las reales, y del mismo modo que nos "morimos de amor" cuando vemos a la mamá hipopótamo rescatando a su cría de una charca, podemos linchar a un pobre filipino en un supermercado porque creemos que nos va a contagiar una enfermedad de la que no sabemos casi nada (eso ha estado a punto de ocurrir en Italia). Somos sociedades muy crédulas y muy histéricas que exigimos vivir en un mundo en el que no pueda pasarnos nada malo. Y al mismo tiempo que creemos en charlatanes y en seudocientíficos y nos dejamos embaucar por la primera trola que nos cuelan, no queremos que se nos moleste o que se nos obligue a cambiar de planes si aparece una situación de riesgo. Como el coronavirus, por ejemplo.
Una epidemia viral es doblemente peligrosa en el mundo de la comunicación viral. Ahora mismo hay montones de gente que propaga bulos y mentiras por simple deseo de llamar la atención. Y ese alarmismo es mucho más peligroso que este virus.
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