En tránsito
Eduardo Jordá
Sobramos
El que apaga la luz
PADUL -perdón, Er Paú- acogió este fin de semana la quinta Hunta d'ehkritoreh en andalú, extravagante encuentro de quienes mantienen que el habla andaluza, o mejor dicho, las diversas variedades fonéticas que el idioma español adopta en Andalucía merecen una norma común para su transcripción a la escritura. Junto a lecturas de la obra de quienes escriben en ese andalú de ficción se presentaron ponencias tan bizarras como una que explicaba Er sihnifikáo sosio-kurturà i er komportamiento morfo-sintáhtiko de la ahpirasión andalusa.
Establecer una gramática para un inexistente andalú común se antoja tan carente de interés como imposible. El propio enunciado del congreso se transcribe en sus documentos de cuatro maneras diferentes; unos defienden el ceceo por considerar el seseo cosa de señoritos, otros van todo el rato haciendo eses. El propio organizador de la cosa, Huan Porrah -no se rían, que lo de Gorka Reondo (loh de Birbao nasemoh onde keremoh) es aún peor- opta directamente por defender el empleo de incorrecciones más próximas al analfabetismo funcional que a un mínimo común culto: rempuhà, bemoh tenío en kuenta, golè, munxo... Quienes nos ganamos la vida ante un micrófono nos rebelamos en su día contra que nos obligaran a hablar un castellano de Burgos y al mismo tiempo abominamos del andaluz forzado pero la idea de una ortografía andaluza diferenciada me recuerda a aquella pegatina en la popa del Seat 127 con la que papá nos avergonzaba: Zoy ehpañó y andalú, cazi ná.
Sea como sea, esta charlotada tiene el encanto de su candidez friki si se compara con el caso valenciano, donde la política se inventó un idioma que no existe y abrió una Academia de la Lengua. El supuesto valenciano, que no llega ni a dialecto propio pues es el mismo catalán de la desembocadura del Ebro, es hoy uno de los idiomas que se hablan en el Senado con su traducción simultánea y todo.
Los intentos de cambiar la realidad mediante la modificación del lenguaje son recurrentes. Muchos piensan que en 1984 George Orwel escribió un manual de instrucciones en lugar de una advertencia y a aplicarlo se dedican. Es ese el empeño del llamado lenguaje no sexista, parte esencial del corpus ideológico del género, que ni con el apoyo del poder político ha conseguido que las niñas dejen de pedir por Reyes princesas vestidas de rosa ni ha avanzado demasiado en igualdad real -esa que nada tiene que ver con cuotas ni despachos paritarios-. También las religiones hacen uso ideológico del lenguaje. La obligatoriedad del latín en la liturgia católica era una forma de evitar la herejía, o la simple interpretación personal de preceptos y creencias. Hoy la corrección política, reflejo de una nueva beatería de izquierdas, es el principal agente de modificación del lenguaje.
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