Érase una vez
Agustín Martínez
Presupuestos?‘destroyer’ para Granada
la tribuna
LOS niños andaluces son de los más listos del mundo. Ocupan un lugar bajo en todas las evaluaciones nacionales e internaciones, pero teniendo en cuenta las condiciones de calor en que reciben sus clases a partir de de mayo, por un lado, y las múltiples celebraciones y festejos diversos que ocupan sus horas lectivas, por el otro, no están tan mal.
Dejemos el calor a un lado, del que ya hablamos, y centrémonos en las diversas fiestas, conmemoraciones y celebraciones que se llevan a cabo dentro del horario escolar y que consumen una buena parte del mismo. Es un buen momento para hacer esta reflexión, pues un nuevo gobierno puede traer exigencias de rigor y seriedad. En Valencia han ordenado que todas esas actividades se pasen a la jornada de tarde. Aquí en Andalucía hace mucho que no se tiene clase por la tarde precisamente -se dijo cuando se quitó- para que ésta se ocupara con este tipo de tareas de naturaleza extraescolar. Pues no. Al final, todo por la mañana.
Hay tres tipos diferentes de eventos. El primero consiste en que el alumnado anticipa lo que se va a celebrar después sobradamente. De este modo, una semana antes de Navidad ya es difícil encontrar que haya una actividad escolar medianamente seria. En Cádiz, donde vivo, también se anticipan las fiestas del Carnaval, que celebran los niños dos veces: en el cole y en la calle. Días antes de su comienzo se prepara el festejo, que después celebran dentro del colegio. Lo mismo ocurre con la Semana Santa, donde no es raro ver a escolares en horario lectivo que simulan una procesión y transportan y escoltan un paso.
El segundo tipo es el de las conmemoraciones más o menos oficiales (o religiosas), que deberían estar incardinadas dentro del currículo ordinario y que se convierten en nuevos días de dispersión. Son numerosos y algunos centros no se pierden ni uno: la Constitución, la Paz, el Día de Andalucía, el de la Mujer Trabajadora, el Día del Libro, el Día del Árbol, el Día de la Madre, el del Padre (en franco retroceso). En Cádiz es costumbre que el día de la Patrona los alumnos de muchos colegios echen la mañana llevándole una flor a la Virgen, así que me imagino que, de una forma u otra, esto ocurrirá en otros lugares. En la víspera de Todos los Santos también se suele hacer una celebración secularizada, y los niños se hartan de frutos secos. Claro, no pueden dar la lección si están masticando avellanas. En fin, que hábilmente intercaladas estas conmemoraciones entre los festejos descritos en el párrafo anterior y trufados con los del párrafo siguiente, permiten saltar los días de estudio y trabajo y considerarlos como algo de lo que hay que ocuparse si no hay otra cosa mejor que hacer.
El tercer tipo se compone de los días y horas en que fundaciones, instituciones o empresas particulares se aprovechan de la feliz circunstancia de que cada colegio tenga reunidos todos los días y desde por la mañana a unos cientos de criaturas. Es una tentación difícil de vencer: la clientela toda junta y receptiva. Así, uno ve que a las diez de la mañana se interrumpen las clases porque no sé qué fundación (con la marca patrocinadora bien a la vista) les va a hablar, por turnos y para que no se escape nadie, de una alimentación sana. Bomberos, policías, socorristas, médicos y otros profesionales, en el marco de campañas institucionales, encuentran siempre abiertas las puertas de las aulas, y a sus alumnos bien dispuestos a dejar sus obligaciones y a atenderlos. El colmo es cuando a mitad de la jornada viene un autobús y se lleva a los niños a hacer vela o a hacer natación. Repito, en mitad de la jornada, lo que quiere decir que antes se han tenido que comer el bocadillo y prepararse. ¿Pero no se había quedado en que la jornada continua se había implantado para que todas esas cosas se pudieran hacer por la tarde?
Las consecuencias de lo anterior son muchas, y todas con efectos perniciosos. La primera y más obvia es la disminución clara y abundante del tiempo escolar, de las horas de clase, de las tareas lectivas. Es como si diera igual que se impartieran más o menos horas, o que de una materia se comieran o no una buena parte de su contenido. La segunda es más perjudicial todavía: con tantas celebraciones y tan hábilmente intercaladas los niños y niñas pierden el ritmo, la continuidad, el sosiego. Saben que pronto llegará la diversión y que el trabajo puramente escolar no es más que una estación inevitable, aunque fastidiosa, entre una fiesta y otra. La tercera tiene que ver con la imagen de poca seriedad que se transmite: ¿es de verdad importante algo que se interrumpe o se suplanta con tanta facilidad?
Se me podrá decir "Sí. Muy bien. Pero, ¿y la felicidad de los niños? ¿Y lo que se divierten?". Singular modelo educativo: que se lo pasen muy bien en la infancia, aunque por no aprender lo que tienen que aprender y no adquirir hábitos de esfuerzo y trabajo las pasen bastante canutas el resto de su vida.
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