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Me alegré del gol de Mariona Caldentey contra Suecia el viernes como si hubiera sido del Granada. Me parecía la culminación de eso que deseamos en la vida pero sólo pasa en las películas: que ganen las buenas. Y es que la historia de las futbolistas españolas es una lucha constante contra la injusticia de unas estructuras federativas que las han marginado y ninguneado. Durante decenios estuvieron sometidas a un entrenador déspota y homófobo, como relata el documental ‘Romper el silencio’. Luego, cuando se rebelaron y consiguieron su destitución, no se modificaron las estructuras. Todo siguió igual. Simplemente, ya no las llamaban “chavalitas” ni les daban cachetes.
Sin embargo, para ellas todo había cambiado. Llegó una nueva generación de jugadoras pero la semilla de la unidad y la conciencia de que sólo actuando juntas podían conseguir sus objetivos pasó de unas a otras. Por ello, pocos años más tarde se produjo una nueva rebelión. Todos tenemos presente lo que ocurrió después: la renuncia de muchas jugadoras a participar en el Mundial si no se producían cambios en el fútbol femenino, la vuelta de algunas de ellas para representar a España y el gran triunfo en la copa del mundo, la reacción unánime en apoyo de su compañera Hermoso ante el ‘abuso de poder’ de Rubiales, la destitución del entrenador, considerada insuficiente por las jugadoras y el acuerdo final vinculado al cambio de toda la estructura del fútbol femenino. La guinda es que estas futbolistas, después de días negociando hasta la madrugada y sometidas a furibundos ataques desde la caverna mediática, social y política, se fueron a Suecia, recibieron el reconocimiento del público y de sus compañeras suecas y luego ganaron el partido al mejor equipo del mundo según la FIFA.
En fin, cuando las vi posar antes del partido con el puño izquierdo levantado, recordé ese párrafo de la Internacional que dice: “Cambiemos el mundo de base”. Eso es lo que están haciendo ellas en su ámbito. Con su unidad y determinación han conseguido remover unas estructuras federativas que nunca piensan en ellas, para las que las mujeres futbolistas siguen siendo las “chavalitas”. Y eso se acabó. En realidad, se ha acabado no sólo en el fútbol femenino. Ahora que el machismo ya es también institucional, pues ha llegado a los gobiernos de municipios y Comunidades Autónomas, en cualquier espacio social o político nos vamos a encontrar con mujeres como estas futbolistas, luchadoras y brillantes, dispuestas a remover los muchos obstáculos que aún quedan para que la igualdad sea real y efectiva, como dice la Constitución.
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