El lanzador de cuchillos
Martín Domingo
Superioridad femenina
Cualquier médico con un mínimo de humanidad, se siente tremendamente decepcionado cuando pierde a uno de sus pacientes. Pero cuando esa paciente es una buena amiga, con las aptitudes, la bondad, la generosidad y ese gran sentido del humor que tenía Concha, la decepción se torna en dolor, frustración y una enorme impotencia, por no haber podido hacer nada más para que esa gran mujer siguiera entre nosotros al menos algunos años más. No puedo entender que las personas extraordinarias como ella, amables, generosas, decididas, emprendedoras y luchadoras, esas que dejan una huella de amor y dulzura cuando se cruzan en nuestras vidas, tengan que dejar este mundo precozmente. Son necesarios y no solo para su familia (su marido, madre, hermano, sus hijos y nietos), sino también para aquellos que hemos disfrutado de su existencia y compañía. Son seres luminosos que deberían estar entre nosotros eternamente, y quizás, muy probablemente lo estén, aunque algunos lo dudemos, con otra presencia y en otra dimensión desconocida. Yo la conocí hace años y siempre recordaré las largas charlas con ella al borde de la playa en la deslumbrante hora crepuscular sexitana, su risa contagiosa, su manera de afrontar la vida, con valentía y ese sentido del humor, sobre sus problemas y su enfermedad, a menudo algo macabro, pero que denotaba una clarividencia fuera de lo común en las personas que he conocido. Recuerdo aquella fatídica tarde en que intuí que el líquido ascítico detectado en su ecografía escondía alguna enfermedad con muy mal pronóstico. Pasó por el trance de una compleja intervención quirúrgica y una dura quimioterapia que le quebraba el ánimo y el aliento, aunque solo unas horas, porque ella siempre le plantó cara a la enfermedad, con sosiego, con una extraordinaria valentía; sabiendo que debía vivir cada minuto de su vida como el último, pero sin olvidar servir a su familia y amigos con amor y dedicación. A los que la hemos conocido bien nos ha dado una lección de cómo afrontar un diagnóstico tan infausto, manteniendo la entereza e intentando llevar una vida digna y fructífera, sin derramar una sola lágrima, sin lamentarse en ningún momento, sabiendo que debía partir, pero dejando sus últimas voluntades bien claras y yéndose de nuestro lado con una paz indescriptible, como me contaba una persona que estuvo con ella hasta el final. Adiós, amiga, gracias por existir. Ilumínanos con tu radiante luz allá donde estés.
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