Crónicas levantiscas
Juan M. Marqués Perales
Los que manejan el mundo
La OTAN, de entrada, no; la monarquía, de entrada, no. Luego tuvimos, y tenemos, OTAN para rato; y tuvimos, y tenemos, monarquía para rato. Porque Bárbara Rey, de entrada, han sido todos los que terminaron aprovechándose del monarca y defendiendo sus comportamientos. Pagándole del erario sus antojos, ocultando su absentismo laboral (¡que todo no va a ser reinar!), los que, como Armada, le fueron fieles hasta la tumba. Blindando su inviolabilidad con censura y secretismo cómplices. A veces, regímenes dispares se parecen en algo: pasados los primeros años en los que la dictadura purgó, encarceló y fusiló a los funcionarios adeptos a la República, echar a un funcionario no fue fácil. La dictadura protegió a sus funcionarios como la Iglesia a sus pederastas. De Franco abajo, ninguno. Si se metía mano a un funcionario, por muy bajo que fuera su nivel, se estaba cuestionando, así lo entendía el régimen, al Caudillo, CEO de los funcionarios. Felipe González –ese personaje amargo, cínico y sabelotodo–, con lo de la OTAN, lo de Juan Guerra, lo de la renuncia al marxismo, lo de Roldán o lo de los GAL, liberó el peligroso virus de la corrupción generalizada, de la mentira y el nepotismo, parapetándose tras la realpolitik para disimular su apego al poder y la renuncia constante a los ideales de su partido. Y del rey abajo, todos los ‘servidores del Estado’, aforados, han podido corromperse sin mucho riesgo. Él, y otros, supieron de los tejemanejes del monarca. De ser un republicano convencido, los hubiera permitido y alentado, maquiavélicamente, hasta que resultaran insufribles para los ciudadanos. Y una vez enfangada la institución monárquica, tendría que haber destapado el pozo ciego para que se conociesen los excesos de Juan Carlos, y, entonces, tendría que haber preparado el camino para un referéndum que ni la muy ‘profesional’ reina Sofía hubiera podido ganar. Porque ahora, de ser convocado un plebiscito, el astuto Felipe VI, sus niñas –¡tan estilosas!–, y una reina Letizia, extraída de la generosa veta de la clase media, reina de primera generación, sin pedigrí, pero con ambición e inteligencia, arrasarían. Porque el pueblo fiel, engolfado tras la pandemia en una orgía perpetua de consumo y gozo, sucumbiría a los golpes de glamur de Leonor, recluta a la fuerza de la desaparecida mili.
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