El lanzador de cuchillos
Martín Domingo
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Dicen que en la reunión de mañana viernes entre Moreno Bonilla y Pedro Sánchez no se abordará la financiación de la autonomía andaluza de forma bilateral. Dicen que el presidente andaluz mostrará su rechazo por cualquier tipo de privilegios territoriales que generen desigualdad entre los ciudadanos, tales los que consagra el acuerdo para la financiación de Cataluña que ha despertado tantas resistencias en el resto de España y en el propio PSOE. Dicen que el deseo de Juanma Moreno es que Sánchez “tome nota” de los “agravios” que esta tierra sufre desde siempre, valorados, en estos tiempos en que todo tiene un valor y, sobre todo, un precio, nada menos que en 20.000 millones de euros.
Dicen, dicen... Digan lo que quieran, en estos términos Andalucía tiene perdida la partida. La tiene perdida desde que el 4 de diciembre de 1977 salió a defender “su” derecho a ser como las regiones desafectas que desde aquel tiempo no han hecho sino aprovechar, con deslealtad absoluta, cada circunstancia favorable para ir desplumando, poco a poco al Estado común, al conjunto de los españoles. Por su papel en la construcción histórica y cultural de la nación, Andalucía, aprovechando su peso demográfico y político, debía haber asumido entonces la defensa sin fisuras del bien común de España, no de la homologación con los insolidarios, única garantía del mantenimiento de una región que, por razones propias y ajenas, lleva doscientos años perdiendo oportunidades económicas y reculando en el escalafón social. Una región empobrecida y dependiente de las cuentas del Estado, por su propio interés, no puede colaborar de ninguna forma en la voladura de las obligaciones entre territorios más o menos favorecidos, entre ciudadanos que, establecida esa dinámica, serán de primera o de segunda clase.
Andalucía podía haber sido y ¡ojo! podría aún ser la conciencia de España, el valladar decisivo frente a la demolición de la nación y del Estado, frente al proyecto republicano, confederal y asimétrico que el PSOE tiene asumido desde comienzos de la Transición y que le lleva desde entonces a todo tipo de transacciones con los secesionismos de todo pelaje. No importa la compensación que ahora se pueda alcanzar: transigir desde Andalucía con alguna forma de cupo catalán es la firma al pie de la condena definitiva como región desfavorecida, pobre y marginal. Aunque, eso sí, muy concienciada de los agravios recibidos y con un corazón “asín” de ancho.
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