08 de enero 2025 - 03:06

Ami me gustaría que este año de 2025, que en estos días da comienzo, pudiese ser un tiempo de cierta normalidad, exento de azares y sobresaltos, más de lo necesario, para no aburrir tampoco. Un año en el que pudiésemos disfrutar del trabajo, la familia, la amistad y de los sueños. Porque cansa la forma en que todo esto hemos hecho y hemos ordenadamente desorganizado: vivimos cansinos tiempos en los que la incertidumbre y lo obscuro ganan peldaños en esto de disfrutar la vida cotidianamente, serenamente, normalmente…

Hoy, por ejemplo, sucede algo que rara vez ha acontecido de forma tan exacerbada y es que los jóvenes, los que se incorporan al mundo del trabajo, aquellos que pueden así hacerlo, claro está, incluso aquellos que ya llevan un tiempo incorporados, reciben, a cambio de su trabajo, sueldos de broma, emolumentos a todas luces insuficientes para poder vivir no ya con una cierta dignidad y regocijo, sino, simplemente, poder vivir, llegando incluso a planificar su existencia, pagar lo que justamente debiese de costar el alquiler de un digno domicilio o la hipoteca con la que, como sucedió con sus padres, les permita la compra de un inmueble en el que construir su hogar y refugio, el suyo, por el que ellos luchan y se afanan cada día que amanece. Y este gravísimo problema, lejos de vislumbrarse en posible solución, se nos presenta acuciante por momentos y aún peor en el devenir de la vida y de las cosas. Un joven, hoy, recién incorporado al mundo laboral, recibe salarios que, tras años de estudio, de esfuerzo y de preparación, no le alcanzan para poder pagar el techo que les cubre, el plato de alimento y la cama en que descansan. Llega a ser muy cruel la cosa.

Los poderes públicos, a diferencia de procurar aquello que Jovellanos denominaba la “felicidad pública”, se empeñan en hueras luchas, en ridículas batallas políticas, exentas de ideología, es decir, de claras metas o aspiraciones que mejoren de verdad las condiciones de vida de la ciudadanía y llegan ya a aburrir a las piedras de los desiertos, empeñados los que legítima pero inapropiadamente ocupan el poder gubernamental, para dirigirse a ninguna parte, enredados en discursos y promesas que a nadie ilusionan y ni siquiera interesan, mostrándose bajo la sombra creciente de una pestilente corrupción que distingue a muchos de ellos

Se hace cada día más necesaria una limpieza profunda en los partidos políticos. Desalojar de las instancias de decisión a buena parte del personal inútil, cuyo número crece en incapacidad, en inutilidad, revalidando cada día su clara y desesperante incapacidad de volver a ilusionar a esta sociedad desnortada y desesperanzada, abocada, con asombroso e inexplicable estoicismo, a soportar tanto personajillo empeñado en trincar para su bolsa a costa nuestro futuro ¿O no?

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