El lanzador de cuchillos
Martín Domingo
Nuestra Señora de Occidente
El periodista Chaves Nogales (muerto en el exilio en 1944) escribió que en la Guerra Civil lo consideraron ‘fusilable’ los dos bandos. Estas otras palabras de Nogales, oídas en el programa que le dedicó Tve 2 el pasado día 8, me conmovieron igualmente: “Para ponerse a escribir en los periódicos hay que disculparse previamente por la petulancia que supone, y la única disculpa válida es la de contar, relatar reseñar”. Discúlpeme, pues, el lector si hoy relato que personajes señeros, como el autor de La Arboleda perdida, han sido el luminoso objeto del deseo de escritores y familiares. ¿A quién no le va a gustar presumir de una relación con una persona importante? Este bloguero ha mencionado en ocasiones su amistad con Muñoz Molina o su coincidencia en el instituto de Montilla con el político Manuel Gracia. Pero a Alberti no me lo he inmatriculado porque hacerlo sería un acto de mendacidad. Sí, alguna vez coincidí con Rafael en el Bar Avellano; él, sentado en una mesa con poetas granadinos, y yo acodado en la barra. Asistí a un mitin que dio en la Plaza Bib-Rambla, ‘bombardeada’ ruidosamente por un avión ‘nacional’, procedente de la base de Armilla. Puestos a recordar, me pareció verlo pasar velozmente, montado en un Seat 127, apretujado con poetas sentimentales granadinos, por la calle Princesa de Madrid, a horas poco saludables para la tercera edad. Iban felices. Todavía no se había producido la inmatriculación matrimonial del autor de Marinero en tierra por María Asunción Mateo que le arrebató la franquicia a los anteriores propietarios de la marca, provocando una sonada riña de herederos. También asistí en mi casa –por citar mi roce con el mito–, al interrogatorio que el subteniente de la guardia civil de La Rambla practicó en 1975 a mi mujer. Ella (militante del PCE y directora del instituto), había organizado un recital de Alberti en su centro. En plan Colombo, el subteniente ‘taquiversaba’ el apellido del poeta: “Nos han informado de que usted leyó poemas de un tal ‘Anmerti’ o ‘Arbelti’, ¿no?”. “No, no sé de qué poeta me habla”, contestó ella, a lo Tomás Moro. Fue cesada fulminantemente. Mi hija tiene un libro de Rafael dedicado: “A mi sobrina Irene”, y el dibujo de una paloma de la paz. Lo he leído y explicado, sí. Poco más. Pero estas minucias no dan para una inmatriculación.
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