
Érase una vez
Agustín Martínez
La hipoteca de la alcaldesa
Alto y claro
Por lo mucho que ya se sabe y lo mucho que debe quedar por saber, José Luis Ábalos ha entrado ya en el póquer de ases de la corrupción en la España democrática, junto a figuras tan señeras, por orden de aparición, como Juan Guerra, Luis Roldán o Luis Bárcenas. No anda la nómina corrupta de las últimas cuatro décadas corta de nombres, pero estos cuatro, con la reciente incorporación de la ex mano derecha de Pedro Sánchez, constituyen el epítome de los chanchullos patrios y como referentes de los mismos están ya en el imaginario de la opinión pública.
Lo que distingue a Ábalos de todos los demás es que llegó a la poltrona ministerial convertido en adalid de la limpieza pública. Él es el que desde la tribuna del Congreso arreó el último empujón al presidente Mariano Rajoy en la moción de censura presentada por Pedro Sánchez tras la condena al PP por la trama del caso Gürtel. En aquel discurso hizo una encendida defensa, que todavía se recuerda, de la limpieza de la vida pública y de la incompatibilidad de la corrupción con la dignidad de la vida pública.
En lo que va desde 2018 hasta ahora hemos visto a aquel martillo de corruptos convertido en uno de los personajes más sucios que hayan pasado por la política española. Se dirá que por ahora todo es presunto y que todavía queda tiempo para que se pronuncie la Justicia. Y es cierto, nadie es culpable hasta que hay una sentencia firme en su contra. Pero en este caso, es mucho ya lo que se sabe sin márgenes para la duda. Casi da lo mismo que al final se trate de malversación o de cohecho y que se exijan responsabilidades civiles, penales o de ninguna de ellas. La trama cuya cúspide era el entonces ministro de Transportes emite un olor tan nauseabundo que Ábalos permanecerá como un apestado político y social con independencia de lo que pase en la instrucción judicial y el posterior juicio.
Lo que más llama la atención de este caso es que se realizaran prácticas de corrupción tan groseras con los antecedentes que existen en España. Con Jésica, con los chalés de vacaciones, con las relaciones con personajes turbios se fue, por decirlo con palabras suaves, de una falta de delicadeza que da escalofríos. Ábalos debía estar convencido de que era invulnerable y esa fue su perdición. No fue el primero que se cegó con el poder. ¿Será el último?
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