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Es una fantástica reacción defensiva, casi de supervivencia, ignorar aquello que es posible hacerlo. Hay realidades relacionadas con la salud, el trabajo, las condiciones materiales de vida o las relaciones personales que no pueden ser ignoradas. Pero hay otras –afortunadamente muchas– que pueden ignorarse. No se trata de la táctica del avestruz: esto solo puede decirse cuando nos obstinamos en negar cuestiones que no pueden serlo, que exigen ser tenidas en cuenta y reaccionar ante ellas. De lo que se trata es de elegir, de seleccionar, de tener la capacidad de ignorar y de no participar opinativa, polémica o físicamente en lo que sea que nos disguste, ofenda o irrite. Pasan muchas, muchísimas cosas en nuestro entorno, algunas más interesantes, otras menos, que no podemos atender por falta de tiempo o de interés. Se publican muchos, muchísimos libros y se estrenan muchas, muchísimas películas que no leemos ni vemos, no por ignorancia, sino porque no nos interesan de acuerdo con las informaciones que tenemos. ¿Habrá canales televisivos funcionando las 24 horas? Pero solo vemos lo que queremos ver. La gama de elecciones que permite ignorar lo que no apetece, no gusta, no interesa o incluso disgusta es, afortunadamente, amplísima.
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