Bailando a los setenta

Doña Elena siempre había sido una mujer llena de vida. Sus pies habían pisado muchas pistas de baile. Pero ahora, con la edad, sus movimientos eran más lentos y sus articulaciones rígidas. Su corazón, en cambio, seguía latiendo al ritmo de la música. Un miércoles tarde, sentada en el sofá de su casa, escuchó una melodía que la hizo sonreír. Bella Notte creo se llamaba. Una canción de juventud, una pieza que hace más de cincuenta años bailó con su esposo. En su mejilla, alguna lágrima. Tiempos felices. Y el sonido de una tarde fría y dispersa. Como hoy.

Una mano suave se posó en su hombro. Atardecía y su nieto acababa de llegar del cole. Otra interminable jornada escolar. Apenas doce años y ya era capaz de mirar a la cara a su abuela. “¿Qué canción es esa?”, preguntó. “Una canción muy especial para mí. La bailé hace muchos años con tu abuelo”. Su nieto sonrió. Levantó la vista y al compás de aquella música, comenzó a girar alrededor de ella. En una de sus vueltas, se paró frente al sillón. Agachándose, le tendió la mano. “¿Quieres bailar conmigo, abuela?”.

Doña Elena lo miró sorprendida. ¿Bailar? Después de tanto tiempo… Pero su invitación la conmovió. Se puso de pie, insegura, y se dejó llevar por la música. Al principio, los movimientos eran torpes, desacompasados, tímidos, vergonzosos. Pero poco a poco se fueron soltando. La edad, que cuando la tarde acompaña, parece como si se fuera de nuestro lado y nos descubriera que aquello, lo que ahora vivimos, es una quimera. Que seguimos como siempre fuimos, tan locos como siempre, tan jóvenes como siempre, con tantas ganas de vivir como siempre…

Su nieto la condujo. Hasta le recordaba los pasos que el tiempo le había hecho olvidar. Y bailaba. Y bailaba. Sin dejar de sentir, volvía a bailar. Otra vez. Los recuerdos venían a su mente como un torrente. Su juventud, su boda, sus hijos pequeños... Todo cobraba vida al ritmo de la música. Sí. Bella Notte se llamaba la canción. Cuando terminó la música, Doña Elena quedó casi sin aliento. Una sonrisa en los labios. “Gracias”, dijo Doña Elena, abrazando a su nieto. “De nada, abuela. Me gusta bailar contigo”.

Volvieron juntos al sillón donde comenzó el baile. Doña Elena se sentó. Cerró los ojos, cansancio quizás, y se quedó dormida. Quizá fue ahí cuando, entre sueños, vio que el baile no era mover los pies. Que el baile, que su baile, era también un viaje en el tiempo, una sonrisa a lo que vivió, un beso a sus seres queridos. Y aunque su cuerpo ya no fuera el mismo, y aunque la edad a veces conduce al olvido y a enterrar lo que no volverá, también a veces su corazón era capaz de seguir latiendo al ritmo de la vida. Y se dio cuenta de que, mientras el corazón siga latiendo, siempre habrá música para bailar y recuerdos que disfrutar.

stats