Por montera
Mariló Montero
Los tickets
Cuando muere un buen escritor dejar el mundo más huérfano de palabras. Cuando muere un buen pintor la luz del día pierde fuerza y cuando muere un buen músico se pierde parte de la emoción que provocan sus interpretaciones. La música es el vino que llena la copa del silencio, que dijo alguien. Hace unos días murió repentinamente el músico granadino Miguel Ángel Gómez Martínez, al que conocí nada más erradicarme en Granada. “La batuta que no cesa”, titulé una especie de perfil periodístico que le dediqué, casi plagiando el libro de poemas de Miguel Hernández. Me agradeció el detalle. Luego lo entrevisté algunas veces más y siempre tenía presente que estaba ante un hombre que demostraba al mundo que sin la música la vida sería un error. Admiraba esa cabeza capaz de poner en orden las notas que salían de su mente. Era muy amigo de Maribel Calvin y José Luis Kastiyo y junto a ellos algunas veces compartimos conversaciones al lado del mar de Almuñécar. Miguel Ángel Gómez había nacido en Granada en 1949 entre corcheas y pentagramas. Su madre era pianista y su padre tocaba en la banda municipal de Granada. Cuentan las crónicas que a los siete años se subió al podio y no solo dirigió con pulso firme a los profesores de la banda municipal, sino que incluso corrigió varios errores que el transcriptor había deslizado en la partitura. Un genio. Después consiguió una biografía llena de triunfos y de viajes por todo el mundo dirigiendo orquestas y componiendo sinfonías. Fue director de la orquesta de la RTVE. La última vez nos encontramos en una terraza de Málaga. Iba con su bella mujer, Alessandra Ruíz- Zúñiga, con la que se había casado hacía un par de años. Me contaron su historia de amor. En su juventud más temprana, cuando salían en pandilla, ya sentían algo el uno por el otro. Pero la vida llevó a ambos por vidas diferentes. Alessandra se casó con otro hombre y Miguel Ángel con la música. Cuando ella perdió a su marido y el músico a su madre, que lo había seguido por todo el mundo como madre y consejera, decidieron retomar aquella primigenia historia de amor. Se casaron en 2010. Alessandra creó en 2013 la Fundación Internacional Gómez Martínez para el mantenimiento y difusión del legado musical de su marido. Es necesario que ese legado no se pierda. Como dijo Shelley, cuando las voces suaves mueren, su música vibra aún en la memoria. Aunque la batuta haya cesado.
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