La boda del hijo de mi amigo

09 de octubre 2024 - 03:08

Cuando recibo una invitación de boda es como si recibiera la notificación de una multa de la Dirección General de Tráfico. En ambos casos abro la carta con la congoja del que sabe que va a ser sableado por una contingencia que no esperaba. Si el sobre viene de alguien que no es muy allegado, la cosa es soportable. Lo malo es que venga de un familiar cercano o de alguien que vive fuera. Entonces el problema es más serio porque tienes que añadir al regalo de boda los gastos de un viaje o una noche de hotel. Lo asumes como algo inevitable, lo mismo que si en la multa han fotografiado a tu coche saltándose un semáforo o pasando los límites de velocidad. Las bodas se han convertido en un negocio rentable. Los contrayentes quieren que los invitados les paguen el banquete y el viaje de novios. Normal, siempre ha sido así. Lo que pasa es que ahora lo hacen con más descaro. En la invitación te ponen el número de cuenta al que debes de ingresar el dinero o durante el convite los novios van mesa por mesa con una talega abierta para que le eches el sobre, sin dar la posibilidad de que se escape alguno. Y luego está el derroche del ágape. Comidas o cenas donde las sobras son más abundantes que lo consumido, demostraciones de que vivimos en una sociedad por encima de las posibilidades que le ha asignado la historia. Lo que da rabia pensar es que esos novios que te piden dinero se separen al poco tiempo de contraer matrimonio. Miren las estadísticas. Creo que he contado alguna vez lo que me sucedió en la boda del hijo de un amigo, colega de profesión, a la que fui invitado. Resulta que se me olvidó darles a los novios el sobre que llevaba en un bolsillo de mi chaqueta. Al coger la prenda seis meses después para otra boda a la que fui invitado, me encontré con el sobre que no había entregado al hijo de mi amigo. Muy preocupado por el despiste, al día siguiente llamé a mi colega para que me diera la dirección de su hijo, con la intención de enviarle el dinero. Cuando mi amigo oyó mis intenciones, dijo: “Gástate el dinero en gambas. Los novios ya se han divorciado”. Me los gasté en gambas. ¡Vivan los novios!

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