Brasillach

Postrimerías

08 de abril 2025 - 03:07

Entre los escritores franceses que simpatizaron con la Alemania nazi o la apoyaron activamente, el nombre de Robert Brasillach señala a uno de los más incondicionales y sobre todo al único de cierto prestigio que fue ejecutado tras la Liberación, durante los meses en los que los procesos de depuración buscaron proyectar una imagen de castigo ejemplarizante que muy pronto se diluiría en conmutaciones e indultos. Este año se cumplen ochenta años de su fusilamiento y la editorial Fórcola ha aprovechado para publicar el excelente libro de Alice Kaplan –El caso Brasillach, en su título original The Collaborator– donde la historiadora estadounidense reconstruye la trayectoria, el juicio y la ejecución del intelectual fascista, así como la equívoca recepción póstuma de su figura. Del mismo modo que Céline, huido y regresado tras su breve encierro en Dinamarca, o el suicida Drieu La Rochelle, Brasillach era reconocido como un autor de talento a pesar de su negra ideología, pero una vez condenado no obtuvo la clemencia que solicitaron decenas de escritores encabezados por el intachable Mauriac, entre los que figuraban Valéry, Claudel o Camus. No fue Brasillach el único que pasó del nacionalismo reaccionario de la Action Française a la propaganda nacional-socialista, reforzando la pulsión antisemita. El joven brillante y prometedor de anteguerra –narrador, dramaturgo y poeta, antólogo de la lírica griega, historiador del cine y de la Guerra Civil española– se convirtió durante los años de la Ocupación en un colaboracionista convencido y fue ese el cargo, traición o “inteligencia con el enemigo”, que le imputaron en el juicio. El ágil recuento de Kaplan, en el que destacan las figuras también controvertidas de dos competentes juristas, el fiscal Marcel Reboul y el abogado Jacques Isorni, luego defensor de Pétain y apologista de su legado, aborda con rigor el auge, la caída y la posteridad del “James Dean del fascismo francés”, sin hurtar los complejos debates asociados al caso. Al contrario de lo que sostuvo De Gaulle, los intelectuales no son más responsables por su mayor capacidad para evaluar las consecuencias de sus actos, pero tampoco puede decirse que lo sean menos. Esa supuesta capacidad no es, en definitiva, ni agravante ni eximente. Puede que Brasillach, como afirma Juan Manuel de Prada, fuera un chivo expiatorio, pero el hecho de que se lo tratara con una dureza que no se aplicó a otros no dice nada en su descargo. Consciente de su mitificación como improbable héroe o mártir, Kaplan señala que la cuestión más relevante no es: “¿Debió ser fusilado?”, sino: “¿Era Brasillach culpable?”. Y no hay duda de que lo era.

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