El duende del Realejo
Joaquín A. Abras Santiago
Un año normal
Cambio de sentido
Cuando se extinguen los últimos chunda-chunda de la pedazo de rave en un descampado de Ciudad Real, se me vienen a las mientes aquella otra que se celebró hará un par de años en La Peza (Granada), en la que las gentes del pueblo, desoyendo cantinelas y mohínes biempensantes, se pasaron por allí y fliparon mandarinas. Y es que no queda tan lejos una rave de la kermés, verbena, feria, gozadera o romería donde los cuerpos se conceden ritmo y sitio, tregua y permiso, a pesar de los prejuicios que impelen a despreciar la música, la danza, el traje o la ebriedad que no sea la nuestra (la nuestra, cómo no, es siempre la correcta). Obsérvese además que, en estas fiestas, por mucho hincapié que se quiera hacer en las incidencias, los altercados no son más que en cualquiera otras, y que al personal que acude a ellas se le importa poco lo que usted o yo opinemos, y eso que llevan adelantado.
La Big Fucking Party de este año ha tenido su puntito quijotesco. En un lugar de La Mancha, en la planicie rala a la vera de un fucking aeropuerto fantasma, se alza de pronto un tinglado de bafles. Bajan de sus jamelgos y rucios doroteas, marcelas, luscindas, galeotes, ginesillos de pasamonte, caballeros con armaduras de espejos y sudaderas con capucha. No son molinos, pero aquí la crew mueve sus aspas durante días. ¡Adónde vamos a llegar, qué gente ociosa, qué poquísima vergüenza! Pudiéndose estar con la vena al cuello por el sagrado corazón de una vaquilla de peluche y otros asuntos de similar enjundia y, sin embargo, helos ahí, como en las bodas de Camacho, abandonando por días su Ciudad Real para habitar una Ciudad Imaginaria, sin hacerme ni caso ni mirar donde les señalo. Me recuerdan aquella comedia de la Segunda Guerra Mundial protagonizada por James Coburn y Sergio Fantoni, en la que los ejércitos gringo e italiano pasan de todo y se funden con el pueblo en las desenfrenadas fiestas patronales de una pequeña localidad siciliana (y derrotan a los nazis).
Una buena mili, es lo que dicen algunos que les falta a quienes tienen la desfachatez de abrir el año con un paréntesis y se dedican por días a divertirse. Una buena fiesta, de cualquier santo y seña, es lo que quizá les hace falta a los que siempre están que muerden, dispuestos a engancharse por cualquier cebo que les lancen. Olvidan –y nos lo recuerda el andalusí Ibrahim Ibn Utman– que a veces conviene aprender de la madera, de la que sale lo mismo el arco del guerrero que el laúd del cantor.
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