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Un viernes por la tarde, cuando la fiebre consumista navideña colapsa el centro de nuestras ciudades, decenas de vecinos de Otura abarrotan la biblioteca del pueblo para escuchar a un filósofo, un ex alcalde, un profesor y una periodista reflexionar sobre cómo “las informaciones falsas y las medias verdades afectan a nuestra democracia”.
No es un chiste ni una fake. Pasó la semana pasada y fui testigo-participante. Mereció la pena. Casi tres horas de debate (con un panorama azul oscuro casi negro) y un final sorprendentemente positivo: querían más, querían aprender a desmontar los bulos, querían herramientas para una dieta informativa saludable. Esa que tiene que ver con la confianza de unos y la credibilidad de otros; con valores, compromiso y responsabilidad.
“Los ciudadanos de este país tenemos derecho a defendernos de los buleros profesionales”. Esta frase del ministro de Presidencia me parece perfecta para un nuevo ciclo del Aula Abierta de Otura y para replicar, en realidad, en cualquiera de nuestros pueblos y ciudades.
Félix Bolaños justificaba este martes el anteproyecto de la ley orgánica que regula el derecho a la rectificación recién aprobado por el Consejo de Ministros. La principal novedad es que los “usuarios de gran relevancia” en las redes sociales, con más de 100.000 seguidores, también estén obligados a rectificar noticias falsas. ¿No lo estaban?
No hay debate en el que no terminemos apelando a la “educación”. Siempre es la clave para no dejarnos manipular ni intoxicar. A eso lo llamamos ahora “alfabetización digital”. Bien. Pero esa educación transversal que es antídoto de la desinformación, la polarización y el populismo requiere de la complicidad de todos, del motor tractor de lo privado y del liderazgo de lo público. Con las instituciones a la cabeza y con esa red de vigilancia y apoyo que ha de ser la justicia.
En un ecosistema digital y global como el actual, seguimos aplicando un ordenamiento que respondía, y bastante deficientemente, a aquellos tiempos en los que sabíamos qué era un periodista y un medio. Nunca he sido partidaria de escudarnos en los jueces para esquivar los problemas y mucho menos para difuminar el foco. Pero hay realidades especialmente líquidas y gaseosas que no entienden de ética ni voluntarismo. Si al tablero mediático le hemos dado la vuelta, también las reglas de juego han de cambiar. Para los viejos actores y para los nuevos.
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