
NOTAS AL MARGEN
David Fernández
El sembrador de dudas
Nada. No aprendo. Eso me pasa por meterme en donde no me llaman. Fue el lunes, día en el que el luminoso de Puerta Real marcaba una cifra alta de los niveles de malafollá. En una cafetería cerca de mi casa. Son las nueve de la mañana. Estoy tomando el último sorbo de café cuando se oye el bocinazo del butanero. No una, sino dos o tres veces. El camión está en una calle adyacente a la cafetería. Pobres aquellos que estén durmiendo todavía, pienso. Seguro que los bocinazos les habrán sonado como los toques de trompeta mañaneros que oíamos los sorches cuando hacíamos la mili: Quinto levanta tira de la manta… Mientras llamo al camarero para pagar el café, mi mente rumia un pensamiento. A ver. ¿Estamos en la era de las nuevas tecnologías en donde todos vivimos hipercomunicados y en el que existen aplicaciones informáticas a mansalva y todavía el butanero avisa a los vecinos a bases de bocinazos? Total, que termino el café y por un casual paso por el camión cuando el butanero está cogiendo una bombona. Y entonces voy y le digo al butanero: “Oiga, ¿no sería mejor que los vecinos le pidieran las bombonas a través de alguna aplicación de móvil y así se ahorraría usted el tener que tocar insistentemente el claxon?” El butanero me mira con ojos de desprecio y me suelta: “Eso son chuminás. La gente como se entera es con los bocinazos”. Y yo digo: “Hombre, es con ese ruido despierta usted a medio barrio”. Y él dice: “¡Qué va! Ya están acostumbrados”. Y yo digo: “Bueno, si usted lo cree así”. Y él dice: “Sí que lo creo. Además, que se levanten que ya es hora”. Y yo ya no digo nada porque aquello parece un diálogo de besugos. Le doy los buenos días y me marcho. Pero es que no pasa ni un cuarto de hora cuando oigo otro ruido callejero, esta vez en plan letanía: “Atención, atención, ha llegado a su ciudad el camión del tapicero. Se tapizan sillas, sillones, butacas, tresillos, mecedoras, descalzadoras y toda clase de muebles”. Estoy a punto de acercarme y decirle lo mismo que al butanero, pero luego pienso que posiblemente yo sea un tiquismiquis y que llegará el día en que convertiremos en nostalgia el camión de las bombonas y el del tapicero. No le digo nada y me alejo oyendo la letanía: “Recogemos y entregamos en su propio domicilio. Atención, atención…”.
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