El cabreo de Paolo Collejo

24 de marzo 2025 - 03:07

Uno de los placeres más excitantes para un filólogo (repitan tres veces la palabra ‘filólogooooo’ y oirán como el glugluteo del pavo real) es enmendarle la plana a la Real Academia. Cuando en la edición de 1984 de su diccionario, la Academia definió la palabra ‘travesti’, se travistió ella misma de antropóloga y de severa moralista: “persona que por inclinaciones anómalas, se viste con ropas de sexo contrario. Suele formar parte de un espectáculo”. Le escribí entonces a la Academia que esta definición convenía por igual a la palabra ‘sacerdote: “persona célibe que practica una sexualidad anómala y que lleva faldas de mujer para sus espectáculos”. La Academia no me contestó, aunque en la última edición del DEL veo que ha tomado nota y que un travesti es ahora: “la persona, generalmente hombre, que viste y se caracteriza como alguien del sexo contrario”. Habrá puristas de género que en el término ‘contrario’ detecten un binarismo latente. Como es tiempo de collejas, una amiga que me reprocha que suba a mi muro de Facebook mis guisos (porque, ¿a quién coño le importa lo que yo coma, lo que yo beba, o lo que yo maride?), me ha regalado un saco lleno de collejas, recogidas en un olivar del Marquesado. Y de pronto, como Dante, en este último tramo de la existencia mía, “me retrovai pèr una selva oscura (de collejas, que hay que deshojar una por una) chè la diritta vía era smarrita”. Aunque he tardado dos partidos de la selección en deshojarlas, ha merecido la pena. Les dicen las espinacas de los pobres, pero mi tita María, ponderando su delicadísimo sabor, afirmaba que eran más como los sesos de las espinacas de los ricos. La Academia sí recoge el término ‘colleja’: 1. Hierba cariofilácea…, y 2. Pescozón. Parece que ningún académico ha tenido que pelar un saco de collejas. De haberlo hecho, habría añadido una tercera entrada: “Tirón de pelos que las madres dan a los niño zangolotinos, al modo en que se pelan las collejas”. Pero esto es lo de menos, aun siendo, reprobable. Lo grave es que la ?Real no ha recogido la palabra ‘collejo’, componente semántico esencial del constructo idiosincrático nazarí conocido como ‘malafollá’. Y ha conseguido, con este olvido, cabrear a mi amigo Paolo Collejo que, desde Cenes de la Vega, expele peos de lumbre tan enjundiosos como los del mismísimo Paulo Coelho.

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