Postrimerías
Ignacio F. Garmendia
Todo lo que era sagrado
Desolado por las noticias que nos llegan desde Valencia, Albacete, Málaga o Jerez, arranco esta columna para hablar de quienes no tienen un techo bajo el que guarecerse y mueren en nuestras calles, sin que en muchos casos nos enteremos de su fallecimiento hasta que hayan pasado muchas horas.
Isabel, Francisco, Jesús, Florín… son los nombres de algunos de esos granadinos sin dirección ni domicilio, que en los últimos días han aparecido muertos en nuestras calles, en las calles de una ciudad del país que acredita ser la cuarta economía del euro y que según el Financial Times, está creciendo por encima de los Estados Unidos.
La calle mata, y mata pronto, a quienes por unas u otras circunstancias no han tenido otra opción que vivir en la ella, y es que las personas sin un hogar reducen su esperanza de vida nada menos que en treinta años y se nos mueren a los sesenta, porque el 41% de quienes están en esta situación no tienen un estado de salud adecuado y el 31% tienen una enfermedad grave o crónica. Un cuadro que se agrava, porque carecer de un lugar adecuado donde recuperarse agrava las consecuencias de este tipo de enfermedades.
Estamos en una sociedad que culpabiliza a las personas que viven situaciones de pobreza y piensa que es un fracaso personal, siempre con ‘razones’ que imputan a esas personas un fracaso en todos los aspectos de su vida.
Hace tan solo una semana activistas de las asociaciones La Calle Mata y Pro Derechos Humanos, acampaban frente al Ayuntamiento para reclamar medidas urgentes en la atención a estas personas sin hogar, diez de las cuales han perdido la vida en Granada, en lo que llevamos de año.
A tenor del ‘tratamiento’ recibido, incluído el desalojo policial del Pleno, no parece que la empatía hacia esas 400 personas que duermen cada noche al raso en Granada, vaya a caracterizar las actuaciones municipales en este asunto. A lo que parece Marifrán está más por estudiar su pose en la alfombra roja de los próximos Goya –seis millones de euros nos cuesta la broma–, que por destinar unas migajas de esos euros, para que esas personas puedan sobrevivir con un mínimo de dignidad, porque no debemos olvidar que estamos hablando de derechos sociales y no de caridad.
Seguro que piensan que algo así nunca les puede pasar a ustedes. Craso error. La experiencia demuestra que nadie está libre de acabar durmiendo en un cajero o en unos soportales, así que cuando se tropiecen con uno de ellos, no miren hacia otro lado ni arruguen la nariz, porque mañana podríamos ser cualquiera de nosotros.
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