Camareros

Gafas de cerca

Todos tenemos nuestros síntomas de cabecera para calificar a otros de buenas o malas personas o de redomados cerdos. Somos indulgentes con nosotros mismos y nuestros seres queridos: Jack el Destripador adoraría a sus gatitos; suelo recordar a un padre en la guardería adonde llevaba a mi hija quitarse a niños de pañal prácticamente a rodillazos para llegar babeante y dando voces de amor a su Igorcito, para hacer malabares con la criatura, mientras el resto lloraba o caía de culete. Otros síntomas al uso para emitir un diagnóstico, indocumentado cual liebre de monte, es si tal o cual persona es generosa, pelotillera de pecho desollado, cruel con los animales u otros rasgos que elevamos a categorías morales. Para mí, quien no trata con respeto al personal a su servicio tiene mi antipatía ganada. No hablamos de seriedad, y ni siquiera, a unas malas, de severidad. Es la mala educación. A veces, sadismo.

Me revientan quienes tratan mal a los camareros. Ya que resulta que vivimos en buena medida del turismo, es un asunto crucial el de los camareros. ¿De qué leches vivíamos antes del Fraga ministro de Franco y, desde los sesenta, del maná del sol y playa, y ahora ya también, de la cultura gastronómica, del senderismo, del ordeño del patrimonio monumental, del perpetuum mobile de la democratización masiva del trajín de gente para acá y para allá simbolizado por el bajo coste, Ryanair y Airbnb? Quede ahí la pregunta para los investigadores de Estructura Económica, y para las indagaciones sobre la naturaleza y las causas de las nuevas riquezas de las naciones, dicho sea tomando en vano el título de la mítica obra del divino Adam Smith, que en paz descanse.

En estas fiestas que acaban de terminar han vuelto a dar de sí las costuras de los “destinos” señaladitos. Una prueba al límite para los camareros y demás personal de la hostelería . Claro que ser ferrallista y asfaltero en agosto es durísimo, o jornalero de viña, pero tratar con gente histérica, a mogollón brusco y loca por ser atendida es algo que yo nunca querría para mí. Quien no trata bien o simplemente con frialdad a los camareros y camareras no puede ser buena persona. Y no me hablen del tabernero del sur, que es por puro código deontológico un sieso manido. Hablo de chavales y maduros que se buscan la vida porque no hay buen trabajo para ciertas edades, o no han estudiado o no han podido, y que, en fin, se han colocado expuestos a riadas de personas multiformes. Una mala tarde la tiene cualquiera, sí. Muchos camareros, a diario. Una mijita de por favor. Y de gracias y de buenos días. Para nota: de cortesía.

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