El canto de la Abadía

31 de enero 2025 - 03:07

En lo alto del Sacromonte, donde las luces de Granada son estrellas, se alza la Abadía. Allí, entre libros antiguos y frescos murales, vivía Tomás, un sacerdote con voz capaz de acariciar el alma. Desde niño, sentía esa conexión especial con el Sacromonte. Pasaba las tardes explorando cuevas, deslizándose entre laberintos, acompasando el sonido de su guitarra con los ecos de una bulería escapada de una zambra cercana. Sus pies sobre la tierra húmeda percutían el ritmo, mientras sus dedos en las cuerdas pintaban al aire melodías de amores imposibles y nostalgias de tiempos pasados.

Sí. Su mayor pasión era la música. El viento traía consigo aroma a naranjos y a jazmín, acariciando su rostro mientras componía. Cada nota eran pinceladas en un lienzo invisible, paisajes sonoros que reflejaban la belleza agreste del Sacromonte. Era fácil confundir la guitarra entre susurros de la Abadía. Un día, mientras paseaba por sus jardines, encontró un manuscrito que hablaba de una antigua leyenda: la Mora Encantada, un espíritu que habitaba las profundidades del Sacromonte y que solo podía liberarse con un canto capaz de conmover hasta las piedras.

Intrigado, Tomás comenzó a investigar. Subió a la biblioteca: libros secretos, conocimientos ancestrales, pasajes ocultos, códigos que sólo un buen maestro del flamenco podría descifrar. Dibujó escalas musicales, buceó en miles de partituras y compuso finalmente la melodía con que esperaba despertar a la Mora Encantada.

Una noche de luna llena se dirigió a la cueva donde, decía la leyenda, habitaba el espíritu. Con el corazón en un puño, Tomás comenzó a cantar. Su voz, llena de emoción y esperanza, resonó en la cueva, despertando ecos que parecían responder a su llamada. De repente, una luz brillante iluminó la cámara, y la figura etérea de la Mora Encantada apareció. Ésta le contó la historia de su encierro y le reveló que solo un corazón puro y una voz capaz de transmitir amor verdadero podían liberarla. Tomás prometió ayudarla, y durante semanas trabajó incansablemente para componer esa canción.

La noche de la liberación, en la cima del Sacromonte, Tomás comenzó a cantar. Su voz se elevó hacia el cielo, llevando consigo la esperanza y el amor prometido. Cuando terminó, una luz cegadora inundó el cielo y la Mora Encantada, liberada de su prisión, ascendió hacia las estrellas, dejando tras de sí un rastro de luz y eterna sonrisa.

Hace cinco siglos de la historia. Desde ese día, la Abadía es un lugar muy especial. Cada vez que el viento susurra entre olivos, los habitantes del barrio escuchan el eco de la canción. Un canto de libertad y amor que resuena en las entrañas sacromontanas.

Sólo, acercarse a la Abadía, cerrar los ojos, y dejarse cautivar por su embrujo…

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