En tránsito
Eduardo Jordá
Linternas de calabaza
El Gobierno andaluz ha destinado ya 14 millones de euros a la conservación del arte sacro. Y lo hace sin temor a recibir críticas por el destino de dinero público para bienes de la Iglesia, hermandades o fundaciones religiosas. Es el propio presidente, Juanma Moreno, quien alardea de estas inversiones “sin complejos”, como dijo el lunes pasado en un acto público en la Catedral de Granada, en presencia de los arzobispos de esta ciudad y de Sevilla. El convenio Junta-Iglesia que firmaron allí permitirá profundizar más en esa línea de acción que no pasa desapercibida, porque no hay semana en la que falten uno o varios anuncios de ayudas a la restauración de una imagen, un retablo o un campanario. El patrimonio religioso es un objetivo prioritario para este Gobierno, a sabiendas quizás de lo que dicen los estudios sociológicos sobre las contradicciones del andaluz medio: de centro-izquierda y poco religioso, pero amante de signos identitarios como la Semana Santa o las romerías.
Se va a constituir una comisión mixta para conocer, catalogar y conservar patrimonio cultural mueble, inmueble e inmaterial de la Iglesia Católica. Uno de los objetivos es impedir “cualquier clase de pérdida”. Y ahí está la clave, porque el listado de objetos de culto que ha pasado a manos privadas a través del mercado de arte clandestino –y no tanto– es difícil de calcular a estas alturas, sobre todo cuando es el único recurso con el que cuentan fundaciones religiosas en situación económica muy penosa.
El mismo día de la firma del acuerdo conocíamos que ya se ha fijado fecha para el juicio por el presunto, muy presunto, robo de la talla de Santa Margarita de Cortona, una obra barroca de José de Mora que tenían en 2018 las monjas del convento de Las Vistillas de Granada. Este edificio salió a la venta al poco tiempo y ha sido adquirido por la rica orden budista Kadampa.
Dijeron las religiosas que la Santa se mandó a un anticuario de Zaragoza para su restauración, pero este hombre, ahora acusado, les devolvió una copia falsa para quedarse con la auténtica, que acabó en el catálogo de una subasta de Nueva York. Fueron unos vecinos del barrio del Realejo los que localizaron la obra y dieron la voz de alarma a las autoridades. También ocurrió poco antes que un particular encontró en el rastro de Madrid otras piezas del convento, que por lo visto se habían trasladado para lo mismo, para ser arregladas, según la versión oficial.
Un poco de luz sobre este mundo de tinieblas es justo y necesario, sobre todo si lo regamos con dinero público.
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