Por montera
Mariló Montero
Los tickets
El otro día fui al teatro Isabel la Católica a ver La Celestina. Me acuerdo de cuando era un adolescente que fui a ver la película solo porque me habían dicho que a Elisa Ramírez, que encarnaba a Melibea, se le veía veladamente una teta. Por aquellos años la imaginación era más fuerte que la realidad y veíamos tetas en todos sitios menos en donde debíamos verlas. En esta versión hacía de Celestina la genial Amelia de la Torre. Como digo, el viernes pasado fui a ver la representación en la que de Celestina hacía la no menos genial Anabel Alonso. Pero no es de la representación de lo que quería hablarles hoy, sino de una injusticia que se cometió con esta obra en la Granada de mediados del siglo pasado. Es de risa, así que estén atentos. Resulta que en las fiestas del Corpus de 1955 el Teatro de Cámara Universitario quiso representar la famosa obra de Fernando de Rojas en el Palacio de Carlos V. De Celestina hacía Marta Osorio, actriz que con el tiempo se convertiría en escritora de cuentos infantiles y la receptora del legado de Agustín Penón sobre la muerte de García Lorca, material que le sirvió para escribir uno de los trabajos más rigurosos sobre lo ocurrido en torno al poeta de Fuente Vaqueros. De Melibea hacía Esperanza Clavera Pizarro, poeta y actriz del grupo de Víctor Catena, que murió en Florida hace tres años. Durante los ensayos corrió el rumor de que se iba a representar una obra “muy deshonesta” y empezó a cundir el pánico entre los representantes eclesiásticos de la ciudad. Contaba Osorio, fallecida en 2016, que a ella le escribió un sacerdote advirtiéndole de la inmoralidad que suponía encarnar un personaje que “había sido condenado por la Iglesia en una obra excomulgada”. El caso es que el pánico eclesiástico se extendió a las autoridades civiles y cuando estaba la obra a punto de estrenarse se presentaron los cuatro guardianes de la moralidad (el arzobispo, el alcalde, el rector y el gobernador civil) para comunicar, todos al unísono, que el estreno de la obra quedaba suspendido. Pero es que, al día siguiente, cuando los actores y personal del teatro estaban reunidos en el Suizo para consolarse por el palo recibido, llegó la Policía y les conminó a que se disolvieran. Dos actores protestaron y se los llevaron presos. Así estaba el patio en 1955. En toda España la censura se había asentado con firmeza, pero Granada parecía tener la patente. ¿Es de risa o no?
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