Ante el cierre de conventos

17 de julio 2024 - 03:08

Parece ser que, los cánones eclesiales católicos, establecen en cinco el número menor de religiosas para poder constituir o mantener una fundación conventual, especialmente aquellos conventos o monasterios de vida contemplativa, popularmente dichos como ‘de clausura’. Es decir, que aquellas fundaciones monacales, cuya comunidad se haya mermado hasta quedar constituida en menos de cinco monjas, no pueden permanecer, canónicamente, abiertos y dedicados al culto. Esta circunstancia es la que va a ser causa de la desaparición, en el próximo e inmediato otoño, de la Comunidad de Monjas Carmelitas Descalzas del Monasterio de San José –de 1612– en la histórica y monumental ciudad de Lucena (Córdoba). Antes, mucho antes, ya lo ha sido en otras muy diversas poblaciones, como es el caso de Granada, en donde, en el último lustro o algo más, han desaparecido hasta tres fundaciones monacales femeninas: de Santa Catalina de Sena, de monjas dominicas en el barrio del Realejo de Granada que fue fundado en 1514; el de las Vistillas de Nuestra Señora de los Ángeles, también en el Realejo, que se fundó para religiosas clarisas franciscanas en el año 1540; y el cisterciense de monjas de San Bernardo, fundado en 1683.

Me ha venido a la memoria este asunto al haber sabido que en pocos días se producirá en un juzgado de Granada, la vista por la presunta sustracción de una talla del monasterio de los Ángeles, de indudable valor artístico y económico –se dice que hasta cuatrocientos mil euros– y que representa a santa Margarita de Cortona. La verdad es que no me ha interesado en sí este juicio sino es porque forma parte de la dispersión del patrimonio artístico que, con la desaparición del monasterio de Los Ángeles –como de otras fundaciones– indefectiblemente se produce en el seno del universo artístico que atesoran el conjunto de iglesias, ermitas, conventos, parroquias y demás fundaciones eclesiales, en ciudades que han sido –y aún son– de profundo arraigo religioso católico.

Este movimiento de piezas artísticas se produce paralelamente al quebranto espiritual que ello causa entre la ciudadanía –llamada, dentro de la Iglesia ‘pueblo de Dios’– que se encuentra, de buenas a primeras en una dolorosa orfandad y desasistencia espiritual, ante la desaparición súbita de estas fundaciones conventuales y el vaciado literal de los propios monasterios y cierre de los templos, en los que barrios enteros, durante siglos, los cristianos han practicado –hemos practicado– la religión, en clara y sincera busca de la trascendencia espiritual.

Creo, muy sinceramente, que el ‘Pueblo de Dios’ merece del presbiterio la caridad de alguna explicación, no merecemos el silencio pues, cuando somos necesarios para otras cosas, bien que se nos requiere ¿O no?

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