Cofradía, llueva o no

Sostiene el viejo dicho castellano que “en abril, aguas mil”. Y como quiera que los refranes suelen estar fundados en una experiencia repetitiva, es decir, que son un probado saber empírico, no se alcanza a entender sorpresa alguna cuando hace semanas que nos vienen descargando borrascas, una tras otra, atravesando los cielos de Granada –como del resto de la península– llenando la Sierra Nevada de impolutas nieves blancas que nos aseguran la abundancia de aguas en los embalses, para el estío y fertilizan los campos, en estos tiempos de economías tan inciertas como extrañas.

El agua se nos ha venido de los cielos, de manera constante e inexorable, en las últimas semanas. Pero gracias a Dios, lejos de causar daños, sí nos pueden venir en procurar beneficios agrarios que a estas alturas y con la subsidiaria política agrícola de la Unión Europea, no sabemos muy bien si llegarán, al fin, a tener alguna utilidad, porque labrar, lo que se dice labrar, es actividad que progresivamente deja de hacerse en este tiempo raro en el que se permite –sin evitación alguna sino todo lo contrario– la circulación y venta de productos del campo de los países del norte de África, antes que los de nuestros agricultores autóctonos, que sí nos aseguran el cumplimiento de normativas sobre abonos y pesticidas. Es difícil de entender, ¿eh?

Pero este asunto del agua, lo he querido traer a colación por la situación, casi trágica que se produce en esta semana –Semana Santa– en la que la presencia de tormentas, débiles chubascos e incluso lluvia ligera, impiden la celebración de las tradicionales procesiones, cuya preparación y organización, que requieren tanto esfuerzo, cuidado y hasta verdadero mimo exigen a las cofradías, como corporaciones piadosas y a todos a sus miembros, los cofrades, cómo hemos de aceptar el sacrificio de la renuncia así que vemos cómo los bellísimos pasos, con los sagrados titulares de Jesús y de la Virgen María; imágenes labradas magistralmente por insignes artistas escultores de la prolífica y portentosa escuela barroca granadina; las insignias, bordadas primorosamente por expertas manos que saben hacer maravillosos dibujos con hilos de oro y plata y sedas de colores, y las largas, interminables hiñeras de impolutos hábitos y elegantes mantillas sobre la cabeza y los hombros de las mujeres, se quedan en los templos, aguardado el paso de todo un año, con la tristeza que produce no poder realizar las deseadas y espectaculares estaciones penitenciales.

Sobre el agua habrá de estar la fe, esa que hemos de llevar dentro y conducirnos, todos los días de la vida, llueva o no, como verdaderas fuentes que manifiesten el mensaje de Cristo, ese mensaje que tiene la fuerza de unir a los seres humanos en torno a comportamientos que sólo pueden nacer del amor. Ese es el primer quehacer de la cofradía, llueva o no.

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