Los del Comercio

La ciudad y los días

02 de septiembre 2024 - 03:06

Cuantos sean tan peliculeros como yo (prefiero peliculero, que funde lo relativo a las películas con lo fantasioso, a cinéfilo) saben lo importante que es el primer café compartido de la mañana. Se lo ofrece en un vaso de papel con tapadera un policía a otro cuando un caso que los ha sacado de la cama a una hora intempestiva los reúne en el lugar del crimen. Se lo ofrece de una cafetera de lata que cuelga sobre el fuego el vaquero al desconocido que llega, unas veces con buenas intenciones y otras no tanto, a su acampada (ya saben que con el café sobrante apagará la hoguera). Se lo ofrece el oficial de guardia al capitán cuando al amanecer sube al puente de mando embutido en su lobo de mar azul o, aún mejor por más british, en su trenca Montgomery. Se lo ofrece el camarero confesor de soledades y desdichas al detective que ha pasado la noche en vela resolviendo un caso. Lo sirven de una panzuda cafetera de vidrio las camareras que llaman cariño a los clientes que se sientan en los sofás enfrentados y alineados como si fuera un vagón de tren a lo largo de un american diner.

El primer café compartido de la mañana es la forma amistosa de la amanecida, de la derrota de la oscuridad y del solitario desasosiego que acecha en los desvelos de las madrugadas. Si además, como en la película de Jim Jarmush, se comparten Coffee & Cigarettes, mejor (aunque sea peor, muchísimo peor, para la salud: hagamos de paso un homenaje a la hermosa Smoke de Wayne Wang y Paul Auster). El primer café compartido de la mañana es lo más parecido a un sacramento laico de la amistad. Lo saben los amigos que cada día se reúnen en el mismo bar. Lo saben las señoras que cada mañana comparten velador en todos los bares de todos los barrios de Sevilla, como hacía mi madre en su diaria tertulia del Bar La Prensa de Marqués del Nervión, en torno a ellas los carritos de la compra que, a algunas, más coquetas, servían de andador.

Hoy, tras un mes de ausencias y de exilio en otros bares, volvemos a reunirnos los del Comercio de la calle Lineros, el bar que este año ha cumplido 120 de vida, en torno al café con calentitos servido por el diligente Samuel: los dos Javieres, los dos Manolos, José María –nuestro Eustaquio Morcillón del TBO al que solo le falta Babalí–, Kiko, intermitentemente Alfonso y, como guest star celebrado cuando aparece, Esteban. Que sea por muchos años.

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