Brindis al sol
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La pandemia de Covid-19, un evento que paralizó al mundo, marcó un antes y un después en la vida de millones de personas. Las cifras, escalofriantes: millones de fallecidos, incontables y un número aún indeterminado de individuos que lidian con secuelas permanentes. Sin embargo, a cinco años del inicio de esta crisis sanitaria, merece la pena preguntar: ¿cambió realmente el devenir de la humanidad? Las predicciones abundaron en los primeros meses de la pandemia. Intelectuales y expertos auguraron cambios radicales en las formas de vida. Se habló de un renacer de la vida rural, del fin de la globalización y de una nueva era de conciencia ecológica. Sin embargo, la realidad ha sido otra. La breve fiebre por las viviendas con espacios al aire libre se desvaneció rápidamente. El mercado inmobiliario, implacable, impuso nuevamente sus reglas. La prioridad es encontrar un techo asequible, y las utopías de jardines y terrazas quedan relegadas a la élite. El hacinamiento urbano, lejos de disminuir, se intensifica, y la arquitectura y el urbanismo parecen inmunes a las lecciones de la pandemia.
Uno de los mayores fracasos post-pandemia ha sido la incapacidad de fortalecer los sistemas de salud pública. En España, las quejas por las listas de espera y la atención primaria son moneda corriente. En el mundo, la inversión en sanidad se ha estancado, y la falta de personal sanitario es una realidad palpable. En el ámbito educativo, la pandemia exacerbó las deficiencias preexistentes. La flexibilización de los criterios de evaluación, implementada durante los confinamientos, tuvo consecuencias nefastas. Estudiantes con carencias fundamentales acceden a la universidad, lo que pone en entredicho la calidad de la educación superior.
Los confinamientos, además, dejaron una secuela paradójica: un ansia desmedida por la vida social. Las calles se llenan de multitudes, los viajes se multiplican y el consumo se dispara. La inflación no ha logrado frenar esta tendencia, sino que la ha alimentado. El sector de la hostelería, ha disparado sus precios y endurecido las condiciones para sus clientes.
La pandemia aceleró la digitalización de la vida, pero también exacerbó los problemas de la era digital. Las redes sociales se convirtieron en hervideros de desinformación, teorías conspirativas y opiniones infundadas. La proliferación de influencers y opinadores ha contribuido a la polarización del debate público. La estupidez, lejos de ser efecto secundario de la Covid-19, es el resultado de combinar desinformación, polarización y degradación de la educación. Los empoderados por las redes, han invadido el espacio con sus opiniones simplistas y dogmáticas.
Para todo ello, este humilde aprendiz de columnista sólo propone como única vacuna contra esta epidemia de barbarie una combinación de razón y solidaridad. Es imperativo fortalecer la educación, fomentar el pensamiento crítico y promover el diálogo constructivo. Solo así podremos construir un futuro más justo y humano.
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