Postrimerías
Ignacio F. Garmendia
Todo lo que era sagrado
En tránsito
Me gusta imaginar aquellos días gloriosos de 2016, cuando Pedro Sánchez, en compañía de Koldo (su chófer) y sus lugartenientes Ábalos (su consigliere, su fiel escudero, su hombre para todo) y Santos Cerdán, recorrían España en un Peugeot 407 con el indesmayable propósito de lograr la regeneración moral de este país enfangado en la corrupción y en el nepotismo por culpa de la derecha y de la extrema derecha y de los rentistas y del franquismo y del neoliberalismo y del capital. Para eso iban visitando las sedes del PSOE en busca de los votos de los afiliados. Y allá que iban Koldo y Ábalos, Cerdán y Sánchez, como los nuevos Quijotes que se habían jurado desterrar para siempre todas las sucias prácticas del caciquismo y de la compraventa de votos y de la parasitación partidista de las instituciones. Porque a ellos, como todos sabemos, únicamente les empujaba el más alto designio moral. Ellos tenían que limpiar España de corruptos, de pelotas y de vendidos. ¿Se ha visto nunca una tarea tan heroica y tan necesaria como la suya? Nunca, jamás.
“Ya sabéis, compañeros y compañeras, que nos debemos a los españoles y españolas. Lucharemos incansablemente contra el nepotismo y la corrupción. Conmigo nadie colocará a su querida en un piso pagado con dinero público, como hacían los ministros franquistas. Conmigo nadie amañará unas oposiciones para enchufar a los suyos. Conmigo nadie permitirá que sus familiares y amigos metan la mano en el cazo. Y por supuesto, conmigo nadie colocará a sus perritos falderos en todas las instituciones del país. Vamos a limpiar las instituciones de parásitos y de aprovechateguis. Nuestra voluntad es regenerar por completo la vida política de este país. Y si me votáis, compañeros y compañeras, podéis tener la seguridad de que nunca más volveréis a ser engañados”.
¿Dónde debió de dar el gran hombre un discurso así? ¿En Dos Hermanas? ¿En Orihuela? ¿En Puertollano? Sería bonito rescatar una de esas charlas. Y sería bonito comprobar en qué han acabado todas aquellas promesas. Y sobre todo, sería bonito imaginar en primera fila del mitin, aplaudiendo a rabiar, sudorosos y excitados, al trío de incondicionales, sobre todo a Koldo y a Ábalos, mientras gritaban sin parar “¡Presidente, presidente!”, siempre juntos los tres, siempre fieles, siempre entusiastas, siempre a mano.
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