En tránsito
Eduardo Jordá
Linternas de calabaza
Esta historia tiene todas las trazas de ser verídica. Se trata de una anciana de 80 años que se llama Juana y que tiene una casa en Armilla. Juana es madre de tres hijos (todos varones) que residen en Granada capital. Ella vive sola desde que murió su marido hace diez años. Juana ha perdido muchas facultades y sus hijos han querido meterla en una residencia, donde creen que va a estar mejor cuidada. Pero Juana se resiste. Dice que se apaña bien. De lo único que se queja ante las vecinas, en esas tardes de cháchara en torno al quicio de la puerta, es de que sus hijos apenas van a verla, de que pasan muchos días antes de que uno de ellos se digne a ir a hacerle una visita. Pero ya está resignada. Piensa que sus hijos están muy ocupados en sus respectivas vidas y tampoco pretende ser egoísta.
Pero hace unos días Juana se cayó y se fracturó el cúbito. Le hicieron las correspondientes radiografías y le enyesaron el brazo. Como seguía sin querer ir a una residencia, los hijos pensaron en pagar a una mujer para que se ocupara de su madre. Juana aceptó. Dijo que por ella no había problema. Todo antes de ser enviada a una residencia. Una vecina de Juana le dijo que conocía a una chica treintañera que se dedicaba a cuidar a ancianos. Era rusa, muy buena chica y muy honrada, le dijo. Y encima sabía hablar español porque llevaba varios años viviendo en Granada. Juana aceptó conocerla y la recibió una tarde en su casa de Armilla. A Juana le encantó la chica nada más verla y mucho más después de tener la primera conversación con ella. Además de ser una hembra de perturbadora belleza, era muy simpática y tenía un cuerpo magnífico. En esa primera entrevista le dijo que le gustaba mucho cocinar y que le salían unos platos de cuchara buenísimos. Una bicoca. La chica acababa de divorciarse de un tipo con el que había vivido los últimos tres años de su vida y necesitaba un trabajo para poder subsistir. Juana le ofreció su casa y le dijo que podía irse a vivir con ella. La muchacha aceptó. Desde que Juana ha adoptado a la cuidadora rusa, sus hijos acuden todos los días sin falta a su casa. Ella sabe perfectamente que van más por la chica rusa que por ella, pero no le importa.
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