Postrimerías
Ignacio F. Garmendia
Megamuerte
Porque es un chico excelente” le coreábamos a Alejandro en el amplio comedor de un hotel de Apulia y él quería esconderse azorado por el inesperado protagonismo. La banda de homenajeado y hasta una bufanda improvisada del equipo de fútbol le distinguían del resto de integrantes de ese grupo de viajeros en busca del Portugal más más genuino y real, más ‘puravida’ en estos tiempos de turismo industrial en el que resulta trabajoso sentir ciudades como Guimarães o Coimbra aún vírgenes de las masas al uso.
Soplaba el homenajeado dos velas encendidas sobre un tres y un uno de cera en un postre improvisado como tarta. Y aplausos. Y afecto. Y risas. Y sincero canto al cumpleañero. Y encuentro de gente en un espacio y un tiempo. Está claro que tenemos que salir de nuestro cerco diario para permitirnos expresar todo ese cariño que llevamos dentro. Y hacer feliz por un momento al que lo merece. Te quedas a gusto al ver su cara de contento. Lo gratuito es así. Alegra al que lo da y al que lo recibe. Y no cuesta ni un euro.
Allí estábamos, cerca de Oporto, todo un grupo cantando, en pleno puente de la Constitución, viendo las maravillas de Braga y compartiendo vinos, conviviendo unos días con todo lo que eso conlleva: ceder, comprender, sumar, dejarse llevar, ocuparse del conjunto mientras uno disfruta como el resto. Es tan sencillo. Saboreas los ‘pasteis de nata’ o tomas una foto en la ‘libraria Lelo’ y al tiempo descubres que los que te acompañan también tienen sus cuitas, sus abismos, sus dramas que se abren más aún precisamente en los viajes cuando te sientes liberado de tu habitual cerco. Cuánto libera dejar atrás por unos días la carga que llevamos dentro.
Viajar es descubrir y descubrirse. De eso se trata. Y si vas en grupo, encontrar a otros en su grandeza y en sus lados más ocultos. Para eso se viaja, no va a ser solo para comprar recuerdos o cambiar de horarios. Viajas para aflorar tu lado más flexible, ese que te hace a tí y al resto la vida más grata. De ahí esa felicidad casi de la infancia que te devuelve el viaje, el verdadero, ese que te hace crecer y que al regreso te permite ver distinta y aún más brillante la Fuente de las Batallas, por ejemplo, que refulge este año tanto como lo hacía el Duero entre los puestos navideños.
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