El lanzador de cuchillos
Martín Domingo
Superioridad femenina
Decir a estas alturas que me crie y crecí en Granada, después de lo que tantos años llevo escribiendo en las páginas de este periódico, pudiera resultar una obviedad. Levantarnos y acudir al colegio era el deseo cada mañana. De 9:00 a 13:30 y de 15:30 a 17:30. No sabíamos lo que era la jornada continua, ni el mobbing, ni las clases extraescolares de inglés. No había Google, ni Wikipedia. Todo se hacía a mano, buscando en libros y en un diccionario enciclopédico de ocho tomos de la editorial Lábor. Y si había que investigar o hacer un trabajo, estaba la biblioteca de la escuela, los periódicos y las revistas. Los mapas se calcaban a mano. No había impresora. Hacíamos dictados a diario. Escribíamos con márgenes en los cuadernos para corregir las faltas. Y plantillas para la ortografía. Doble línea para mejorar la escritura y si eras bueno, pasabas a cuadrícula.
Soy también del tiempo que a la comida no le faltaba el hueso en la sopa. Decir, “terminé mamá”, era pistoletazo de salida para irnos a la calle. Muchos días dolía la muñeca de tanto escribir. Los niños teníamos juguetes. Nunca imaginamos teléfonos sin cables. Pegaba cromos, y los ganaba jugando a ver quién sacaba el número más alto. Policías y ladrones, churro, pico, terna, la peonza, la muñeca, las chapas, al escondite, las canicas, la comba. Pelotas, patines, bicicletas.
Vi ElZorro, Bonanza, La casa de la pradera, Los chiripitifláuticos, El coche Fantástico, Los Pitufos, La Pantera Rosa, Tom y Jerry, Los Picapiedra, Heidi, V, Sandokan, Orzowei, Popeye, Tarzán y Barrio Sésamo. La tele terminaba a las doce entre semana oyendo el himno de España. Dos rombos. La mayor adicción era jugar con amigos, las galletas, los helados, el bocadillo en la calle, sentarse en las escaleras del portal... Todos teníamos apodo. A mí me llamaban turco. Era muy moreno. Nunca imaginé que alguien pudiera denominarlo “Bulling”. Para mi nunca dejó de ser una broma un poco pesada…
¿Saben? Hoy, con sesenta años, puedo decir que fue la mejor época. Mi mejor recuerdo. Pobre. Fui pobre en cosas materiales. Pero rico. Rico en ilusiones, en recuerdos, en felicidad. Decía Frank Serafini que no hay niño que odie leer, solo hay niños que no han encontrado el libro correcto. Hoy rezo porque mis hijos lo encuentren más allá del ordenador y las redes sociales…
Nuevo curso, nueva temporada. Como otros años, no comienzo con el año, sino con la cartera, los atascos y el colegio. Desde esta columna, seguiremos intentando cambiar el color cada semana. Un saludo.
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