
Vía Augusta
Alberto Grimaldi
Fundido ibérico
El 5 de marzo todo paró. Ya no era profesora de universidad, ni migrante, ni mujer. Era un cuerpo empapado de lluvia y de terror. Hasta entonces, había explicado en mis clases de Derecho Constitucional cómo funciona el artículo 43 de la Constitución española que reconoce nuestro derecho a la salud. Pero ahora un tumor en la fosa posterior que ocupaba la práctica totalidad del lado derecho de mi cerebelo, del tamaño de un huevo de paloma, me precipitaba hacia un abismo. Veinte días más tarde y después de diez horas de quirófano, mi cabeza estaba liberada. ¿Cómo explicar ahora el artículo 43 de la Constitución? Ya no puedo verlo como un derecho, sino como un deber. Porque de nada nos sirve tener reconocido el derecho a la salud y una sanidad pública universal y gratuita si no se reconoce previamente el deber de cuidar a quienes nos cuidan. Es urgente que sus vidas sean sostenibles para que puedan sostener nuestras vidas. Me refiero a que las condiciones materiales (salariales, de horarios, etcétera) de quienes trabajan en la sanidad pública sean condiciones sostenibles y dignas. ¿Cómo garantizar el derecho a la salud constitucionalmente reconocido sin el deber de cuidar a quienes nos cuidan? ¿Cómo podrán cuidarnos Javi, Carmen, Benavides, Fran, John, Silvia, Paula, María, Arantxa, Mari Ángeles, Rocío, Marga, Inma, Paco, Estefanía, Nani, Isaac, Santiago, Toni, Carlos, Dori, Ana o Gonzalo, trabajadores y trabajadoras de la planta de neurocirugía del Hospital Virgen de las Nieves de Granada, si no les garantizamos condiciones dignas y sostenibles? Desde quien me llevó en camilla en un ascensor gris diciéndome que pensara en cosas positivas hasta quienes me bañaron tocando mi cuerpo dolorido con inmenso respeto; desde quien me hizo reír porque no encontraba vena para poner una vía hasta quienes me entubaron para que mi cuerpo se mantuviese artificialmente vivo; desde quien me hizo la mejor manzanilla que he tomado en toda mi vida después de horas en reanimación hasta quien me cogió la mano cuando me rompí una de tantas veces; desde quienes me daban los buenos días o las buenas noches hasta quienes me dieron un abrazo de despedida del hospital. Todas estas personas, cada una de ellas, cuidaron de esta vida en tránsito, haciendo de la habitación 4.109 un hogar. Por eso hoy quiero agradecerles todo lo que hicieron por mí durante los días de hospitalización; o por Karla, Antonio o Amelia y tantas personas que pasan por un proceso similar. Les estaré agradecida el resto de esta vida que me han regalado. Pero el agradecimiento, que hago público en este periódico, solo tiene sentido si luchamos por el deber de cuidar a quienes nos cuidan. Tengan por seguro que a ello dedicaré todos mis esfuerzos. Por eso, cuando vuelva a explicar a mis estudiantes el artículo 43 de la Constitución, solo tendrá sentido si lo hago pensando en todo el equipo de neurocirugía del Hospital público Virgen de las Nieves de Granada y en todas las personas que allí trabajan. El derecho a la salud solo existe si conseguimos el deber de hacer sostenibles las vidas de quienes nos cuidan.
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