Decisionismo

Postrimerías

31 de diciembre 2024 - 03:07

Aunque las presenten como opciones novedosas, los guerreros culturales que denuncian la decadencia de las democracias parlamentarias no hacen sino recuperar consignas antiguas, compartidas por todos los que abominaron de la vieja política desde presupuestos totalitarios. A la izquierda o a la derecha del tablero, la nostalgia de los poderes fuertes tiene muchos reflejos en nuestro mundo contemporáneo, donde no por casualidad ha resurgido el credo schmittiano y su beligerante idea de la política, nacida de una inteligencia formidable y en ciertos aspectos visionaria, pero difícilmente compatible no ya con la democracia que expresamente rechazaba, sino con la complejidad y el pluralismo de las sociedades modernas. No deja de ser sorprendente que esos reflejos autoritarios hayan llegado a un país como Estados Unidos, de siempre abonado al odium regni y entregado hoy, según los indicios, a una deriva cesarista con trazas de diarquía, si incluimos en la fórmula al magnate no electo. No sabemos muy bien dónde anda ahora el excarcelado Bannon, calificado en su día como el Trotski de la internacional populista, pero vemos que suben en la bolsa de valores reaccionarios figuras como el bloguero Curtis Yarvin, una especie de freak con lecturas que al parecer tiene gran influencia sobre el futuro vicepresidente y otras personas clave de la próxima administración republicana. Impulsor con Nick Land del movimiento denominado la Ilustración Oscura, Yarvin es brillante aunque farragoso y en los artículos que le hemos leído mezcla la mística de Silicon Valley y sus start-ups, las proyecciones futuristas y un discurso donde las referencias a la filosofía y el pensamiento político conviven con imágenes tomadas de la cibernética o la cultura popular. Aun desde la desconfianza hacia el Estado, este nuevo decisionismo mantiene el culto a la jerarquía, acoge elementos de la tradición libertaria y aboga por una tecnomonarquía liderada como una empresa, o sea una dictadura de última generación que ejercería, en aras de la eficiencia, el control absoluto. La paradójica unión de la retórica populista y un elitismo desprejuiciado propone a los súbditos que entreguen la gestión del gobierno a los mejores, seleccionados en virtud de una presunta supremacía, asociada al éxito en los negocios, que otorgaría poderes excepcionales. Tienen el capital, el control de la tecnología más avanzada y una desmesurada confianza en sí mismos, aunque la palabra que los define es soberbia. Podemos pensar que se trata de una minoría de personajes estrafalarios, pero lo que plantean –su anunciada cirujía de hierro– no es para tomarlo a broma.

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