
Vía Augusta
Alberto Grimaldi
Fundido ibérico
Quisiera reconocerles que, aunque dicen que es bueno para la salud, no me gusta nada hacer deporte, básicamente porque me cansa; y uno ya está muy cansado de tantas cosas que prefiero evitar en lo posible otras. Por ejemplo, uno se cansa de escribir columnas para criticar al gobierno o al presidente o al prófugo amnistiado y etc., etc., etc. Total, esperemos a otro gobierno y retomemos las críticas en un par de años. Además, como dirían los estoicos: preocupémonos de lo que depende de nosotros y no de lo que depende del Tribunal Supremo.
Empero, en ocasiones me veo obligado a realizar algunas prácticas deportivas, las unas por voluntad propia y otras por obligación para cuidarme realmente la salud, incluso diría que la misma vida, que solo tengo una, aunque me gusten los gatos.
En las primeras, las volitivamente positivas, consigo en ocasiones un triunfo, algo así como una medalla. Se trata de una carrera corta, diríamos que de pista cubierta, aunque las hago a cielo abierto. Me refiero a esas carreras de unos cuantos metros, no más de 60, que realizo cuando veo que viene el Metropolitano, ya saben el tranvía, y estimo que se me puede escapar. La de satisfacción que te da cuando entras y picas el billete, has ganado la carrera. Otras veces pierdes y te dan, literalmente, con la puerta en las narices, vamos que te quedas con la medalla de chocolate esperando. Existe una variante de estos esprintes, los que se pueden hacer para tomar los autobuses urbanos, los rojos de Alsa, pero eso lo ejercito menos.
Otras actividades deportivas son obligadas. Por ejemplo: saltar sobre las mierdas perrunas que no recogen los humanos dueños. Y otra muy peligrosa es cuando te asustas y tienes que apartarte y contorsionarte, además de acordarte de los familiares, de todos los ciclistas, los menos, y en particular de todos los conductores (vamos a llamarlos así) de los patinetes eléctricos que circulan por las aceras, sin luz, sin casco y olvidando que tienen obligación de ir por la calzada, o que van por ella y que se meten en las aceras porque les sale de sus ruedas y cojinetes. Y yo como peatón me he llevado más de un susto cuando me han rozado o me he tenido que apartar haciendo un ejercicio que ni me gusta ni tendría que hacer si esos maleducados ciudadanos y ciudadanas se comportaran como debieran. Claro, ¿Quién controla o pone una multa a todos esos ecológicos patinadores urbanitas que se creen con derecho a usar aceras y calzadas a su antojo? Ya ven que hay deportes urbanos que se pueden practicar a diario, guste o no. Y llegando la primavera, me temo que tendré que seguir practicándolos. Vale.
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