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Los Juegos Olímpicos contribuyen a fomentar los valores de la igualdad. Hay competiciones masculinas y femeninas. Los premios por medallas se han igualado. El valor de conquistarlas en el medallero también, ya que no está diferenciado por género. Ayudan a fomentar el deporte femenino en todo el mundo. La única excepción es el fútbol masculino, que tiene las Olimpiadas como una competición secundaria, y reserva a sus mejores jugadores. Además, con restricciones por edad. En todos los Juegos Olímpicos sobresalen estrellas femeninas, como Simone Biles. Y, entre las españolas, dolió más la desgracia de Carolina Marín por ser una deportista ejemplar.
Sin embargo, en París 2024 hemos visto aspectos inquietantes para la igualdad, en la forma y en el fondo. Por ejemplo, ese partido de vóley playa entre las españolas Liliana Fernández y Paula Soria contra las egipcias Abdelhady y Elghobashy. Las españolas jugaron con top y braguita brasileña, mientras que las egipcias iban vestidas de negro, y cubiertas de pies a cabeza, incluso con velo. A los pies de la Torre Eiffel, que es donde jugaron, se vio un espectáculo casi sádico. Las españolas como en una playa de este país progresista, mientras las egipcias vestían según el canon fundamentalista. Y no se diga que es una costumbre respetable. Yo he visto en playas de Turquía a hombres en bañador con los niños, mientras las mujeres estaban cubiertas con hiyab, e incluso con burka. Es una discriminación evidente.
Sobre la indumentaria olímpica de hombres y mujeres se pueden plantear consideraciones. Por ejemplo, los hombres suelen competir más tapados que las mujeres. Excepto en natación y waterpolo, donde sucede al revés, y compiten ellos con bañadores tipo slip o calzoncillo. En el vóley playa van más descubiertas ellas, si bien no es obligatoria la braguita brasileña ni el tanga, sino que también pueden jugar con braga normal, culotte o short.
Peor que las indumentarias son los conflictos de sexo. La boxeadora italiana Ángela Carin se retiró porque su rival argelina intersexual Imane Khelif le pegaba trompazos impropios de una dama. Parecía un caso de violencia de género, retransmitido en directo y arbitrado. La intersexualidad y la transexualidad son de difícil encaje olímpico para las mujeres, que antaño eran consideradas el sexo débil, y en París 2024 se llevan mamporros de fulanas que tienen cromosomas XY de fulanos.
La confusión de los tiempos ha llegado a las Olimpiadas. ¿La igualdad era eso? Hacen falta normas universales para no perjudicar a las mujeres.
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