El lanzador de cuchillos
Martín Domingo
Superioridad femenina
El almiquí
Dicen que en los 40, es frecuente en hombres y mujeres una crisis existencial, de la que a menudo uno se recupera, buscando ser más joven y guapo/a, divorciándose, comprándose un auto descapotable o haciéndote un tatuaje en alguna parte de tu anatomía. Sin embargo, la barrera de los 50 años te da una clarividencia y una valentía difíciles de describir. Hay que tener en cuenta que, a esta edad, estamos seguros de haber vivido, con suerte, más de la mitad de nuestra existencia. Los años empiezan a transcurrir con una velocidad de “vértigo” y gran parte de los proyectos de tu vida, ya debes de haberlos llevado a cabo. Todos ellos son ingredientes, para estar, al menos algo más cerca de la madurez, aunque algunos nunca lleguemos a alcanzarla. Por ello sabes que no puedes permanecer “eternamente” neutral y las experiencias vividas te dan la fuerza necesaria para, de una vez por todas, no callarte, decir lo piensas, y “tomar partido”, por fin. Poner los límites que hace tanto tiempo que has querido poner, sin haberte atrevido hasta ahora, y no solo en el trabajo, si no también en el resto de relaciones y aspectos vitales; dejar de buscar la aprobación de todos/as y aceptar que habrá gente a la que no le gustes; elegir a tus verdaderos amigos, alejándose de las relaciones tóxicas; compartir la mesa, solo con aquellas personas por las que sientes aprecio; permitirte el lujo de aislarte del “mundo” para meditar y dominar el rumbo de tu vida; decirle a tu jefe todo lo que piensas al respecto de lo poco que ha reconocido tu valía; cuestionar que tu profesión, por muy vocacional que sea, esté antes que tu familia y tu vida personal; descubrir, sin mucho asombro lo que realmente es importante y trascendente en la vida; comprender y sentirte más cerca de aquellos que sienten dolor, que son incomprendidos o que viven en soledad; preocuparte por modular ese legado que quieres dejar a tus hijos, esperando que ellos sean personas honestas y felices por encima de todo; amar todo lo que no has sido capaz de amar hasta ese momento; dejar la añoranza, el arrepentimiento y el “si hubiera”… a un lado, intentando vivir con intensidad cada instante de lo que te queda de existencia. A partir de los 50 todo parece más efímero, pero también más diáfano, más intenso.
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