La esquina
José Aguilar
Un fiscal bajo sospecha
En el mundo antiguo los humanos teníamos múltiples dioses y antes de cada batalla cada ejercito ofrecía sacrificios a los mismos pidiendo su protección, luego tras masacrarse para conseguir esclavos, riquezas o territorios, los vencedores generalmente no imponían a sus dioses. Bastante mala suerte tenía ya el bando perdedor. Lo de matar en nombre de algún dios es una costumbre humana que parece propia de las religiones monoteístas, implantadas en particular desde que el cristianismo se hizo con el monopolio del Imperio romano. A lo largo de los siglos las diferentes jerarquías eclesiásticas, a sangre y fuego, se enzarzaron en múltiples guerras con diversos intereses y generalmente con la excusa de que su dios era el único y verdadero. Los derrotados con vida, si querían seguir con esa condición, debían convertirse a la fe de ese único dios que, además se decía, ya es ironía, de paz y clemencia.
Eso de tener un único dios ha dado para mucho juego bélico en particular para cristianos (en sus diversas creencias), musulmanes (igualmente) y judíos (religión de un Estado que se considera elegido por ese único dios).
En este siglo XXI, donde ya parece que las personas podemos insultar a los dioses sin miedo a ser condenados por el código civil (al menos en la España progresista de Sánchez), pareciera que todo esto es un cuento viejo. Empero creo estamos equivocados si consideramos que los dioses ya no quieren sangre, muy al contrario. Los dioses tecnológicos claman venganza y siguen teniendo sed por el rojo elemento.
Las iglesias ortodoxas de Rusia y Ucrania bendicen diferentemente a sus muertos en la guerra provocada por Putin y Zelenski pide armas que lleguen más lejos. El mundo musulmán es incapaz de unirse y mandar al mar al dios de Israel por, entre otras razones, sus diferencias entre interpretaciones de lo que su dios le dijo a su profeta. El mundo cristiano occidental sigue teniendo mala conciencia, como si fuera un nuevo pecado original, de lo que el nazismo hizo con los judíos y mantiene su apoyo a un estado que, para no ser lanzado al mar, tiene como objetivo masacrar en todo lo posible a otro pueblo, los palestinos.
Y ese mismo estado del pueblo elegido, Israel, en adoración al credo más actual, la última tecnología, nos está mostrando que puede estar en todos sitios y castigar a sus enemigos desde la distancia con total impunidad, da igual que al estallar el artefacto tecnológico el afectado sea inocente o no. Ya se encargará su dios de bendecirlo, supongo. Y yo, iluso, estaba preocupado por si los chinos leían mi móvil. Vale.
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