
La ciudad y los días
Carlos Colón
Ni Don Óptimo, ni Don Pésimo: sensatez
En estos tiempos líquidos que corren, está siendo muy habitual escuchar a cualquier personaje público que haya metido la pata, utilizar fórmulas extraordinariamente imaginativas para pedir disculpas, como lo de decir aquello de “si he podido molestar a alguien...”, lo que no deja de ser una estupidez del tamaño del sombrero de un picador.
Quienes ya tenemos una cierta edad, tuvimos que aprender en nuestra infancia las condiciones necesarias para una correcta confesión y que no eran otras que el examen de conciencia, dolor de los pecados, propósito de enmienda, decir los pecados al confesor y cumplir la penitencia. En los casos a que me refiero, ninguna de las personas que pretende excusarse con esas fórmulas cumple ninguno de esos requisitos, por lo que trasponiendo las condiciones de la confesión a las del perdón, no deberíamos concedérselo.
En los últimos días hemos asistido a dos ejemplos de manual sobre esto a lo que me refiero: el primero de ellos, el de la vicepresidenta del Gobierno y su pifia con la presunción de inocencia en la sentencia del TSJC sobre el caso Alves y el segundo, el de la alcaldesa de Granada, amenazando a una periodista con ‘chivarse’ a su director de que le le había hecho una pregunta que no le había gustado. En ambos casos la petición de disculpas casi ha sido peor que el motivo por el que las pidieron.
Como el caso de María Jesús Montero es ya de sobra conocido, me voy a centrar en la forma tan curiosa que tiene María Francisca Carazo –ya está uno hasta el gorro de los diminutivos ‘cuquis’ del PP– en pedir disculpas.
Seguramente ya sabrán que el viernes pasado y tras una comparecencia informativa Carazo se vino arriba, e imbuida por el espíritu de jefa local del Movimiento, abroncó a una compañera de Onda Cero porque no le había gustado una de las preguntas, absolutamente pertinente, que le había formulado. Al margen de lo impresentable de las formas y del fondo, su forma de pedir excusas fue infinitamente peor que la ofensa perpetrada.
Y es que a María Francisca no se le ocurrió mejor forma que disculparse que hacerlo, no con la periodista ofendida, sino con su director, que viene a ser lo mismo que hacerle llegar su queja, pero decirle que como es muy guay le presenta sus excusas.
Hágaselo mirar alcaldesa. Desempolve sus apuntes de Derecho, recuerde que el derecho de Información y el de la libertad de expresión, son sagrados en una democracia, abandone actitudes franquistas, como las de matar al mensajero y aprenda a pedir perdón. Le irá mucho mejor.
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