Postrimerías
Ignacio F. Garmendia
Todo lo que era sagrado
Tal día como hoy hace 88 años Granada vivía un domingo tórrido de agosto y terrorífico de guerra y represión, sumida en la locura que se había desatado apenas un mes antes. Era domingo y la casa de la familia Rosales, en la céntrica calle Angulo número 1, respiraba un silencio no exento de preocupación. Desde hacía una semana, el poeta más conocido de Granada y de España y amigo del pequeño de los hermanos, se encontraba refugiado entre sus muros, después de los graves incidentes vividos días antes en la Huerta de San Vicente, residencia veraniega de la familia García Lorca. Acogerse a la protección del domicilio familiar del jefe provincial de Falange, parecía un seguro de vida para Federico, que a la postre no le sirvió para nada, porque en medio de aquella tormenta de envidias, odio y muerte, el de Fuentevaqueros estaba condenado.
Aquella mañana de domingo se conoce en Granada el asesinato, esa mima madrugada, del alcalde democrático de la ciudad, Manuel Fernández Montesinos, marido de su hermana Concha y cuñado de Federico. La preocupación se convierte en terror. Un terror que se mastica cuando a la una y media de la tarde, la aldaba del portón de la calle Angulo, que aún se conserva, rompió el silencio de aquel caserón, irrumpiendo en su maravilloso patio un abigarrado grupo de personas, que al mando de Ramón Ruiz Alonso, ex diputado de la CEDA, poeta frustrado y linotipista de Ideal, exigieron la entrega de Federico, sabiendo como sabían, que los dos hermanos mayores de la familia Rosales se encontraban ausentes. Luis se opuso a la detención, pero lo cierto es que era muy poca cosa para parar la envidia acumulada por Ruiz Alonso, probablemente alimentada por los éxitos literarios de su víctima, frente a su insignifancia como escritor.
Domingo de agosto, de guerra, de odio, de muerte. Desde su salida de la casa de su amigo, a Federico le quedaban menos de 48 horas de vida. 88 años después aún no sabemos a ciencia cierta, ni cómo, ni cuándo, ni dónde, ni quienes acabaron con la vida del más grande poeta español.
88 años después se sigue trabajando, con más entusiasmo que medios, para recuperar los restos de quienes sufrieron una suerte parecida a la Federico y las pozas de Viznar están devolviendo los huesos de mujeres costureras, con sus dedales al lado y de niños con lapiceros y gomas de borrar. Hagamos algo de una vez, porque 88 años después, lejos de haber cerrado las heridas de aquel sindiós, crece en este país un odio parecido al de aquel domingo de agosto.
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