Érase una vez
Agustín Martínez
Presupuestos?‘destroyer’ para Granada
Cuando opinar es sinónimo de lucirse en público, termina siendo un problema. Cuando se cuentan por decenas los psicólogos, educadores y toda una corte de expertos que dan su opinión acerca de la relación entre familias, niños y profesores en los colegios, la cosa se tuerce un poco más. Y cuando las opiniones son del estilo de “los padres de hoy son los peores de la historia”, pues, qué quieren que les diga, que la mitad del título académico, si es que alguna vez dispuso con orgullo de él, les sobra. O al menos denotan su falta de rigor y experiencia. Todo opinable y respetable, salvo cuando dedicamos nuestro acervo a la venta de titulares, como las del conocido psiquiatra y sociólogo italiano, Paolo Crepet, que despacha su ego a través de injustificadas y estereotipadas afirmaciones: “los padres son unos perfectos idiotas”, “son los peores padres de la historia”, “padres complacientes y sin carisma” …
Es verdad que los padres hablamos en exceso a los hijos. Demasiado. Pero pocos conseguimos hablar con ellos. Perdemos una oportunidad de oro de convertir educación en simbiosis, una manera más efectiva de galvanizar los intercambios en familia donde la relación jerárquica solo adquiere sentido en base a conocimiento y a la experiencia, no al ordeno y mando. Una educación que mira a los ojos, que intercambia atención e interés mutuo. Escuchar. Basta con ello. Tomarnos el tiempo necesario para escuchar, supone evitar sermones y órdenes. Organizarnos para, en la confluencia, mostrar a nuestros hijos un punto de vista diferente donde descubra situaciones que, de no ser por la escucha, no habría apreciado. Hay padres que confundimos educar con sermonear, amonestar, amenazar, criticar, gritar. Dialogar no es ceder ni conceder. El diálogo no supone renuncia del en ocasiones malinterpretado deber de ser referentes de nuestros hijos.
En el XXV Encuentro de Consejos Escolares autonómicos celebrado hace pocos días en Santiago de Compostela, tuvimos ocasión de trasvasar estos mensajes al ámbito educativo, para destacar la relevancia de la participación del alumnado en el ámbito escolar. Dos días para establecer posibles dinámicas de participación en los ecosistemas formal, informal y comunitario de la escuela, para asumir metodologías y analizar acciones que fomenten esa participación, para presentar propuestas que deberían ser asumidas por la comunidad educativa. Y todas nacían de lo mismo que afirmamos necesario y crucial en la familia: escucha y diálogo. A fin de cuentas, este ámbito familiar no dista de ser muy diferente del ámbito educativo.
A padres y educadores, nos corresponde la tarea de guiar a los jóvenes a tomar conciencia de sus límites. Pero en ocasiones, la falta de diálogo y escucha, y por qué no decirlo, nuestra propia incapacidad para decir “no” es signo de la crisis educativa actual. Los límites no son siempre frustraciones. El dolor y la dificultad, acompañados del afecto y la confianza, son esenciales para saber educar.
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