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Seguro que soy la única andaluza que estos días le va a dar la razón a Jesús Aguirre. Y lo voy a hacer por comparación y por elevación: los sueldos en España son muy bajos. Nos redondearon el coste de la vida con el euro, nos lo multiplicaron con la invasión rusa a Ucrania y nos la han terminado de apuntalar (al alza siempre) con la inflación subyacente; esa que sufrimos en el supermercado cuando toca pagar y nos preguntamos qué diablos hemos comprado que justifique el sablazo.
Cierto es que el presidente del Parlamento no lo ha dicho así (porque lo suyo no son ni los matices ni los márgenes) y cuesta empatizar (y creer) que a sus señorías los diputados “les cueste llegar a fin de mes”. Pero si analizamos fríamente los datos, ¿quién no ha perdido poder adquisitivo en los últimos años? Ellos también. El problema es que hablamos de dinero público, del de todos, y justo para solucionar la situación de una minoría privilegiada en comparación con la galopante precariedad y desigualdad del mercado laboral actual; una minoría que debería estar más preocupada (y ocupada) en mejorar las condiciones de la mayoría, no la propia.
Es un debate en bucle que desdibujamos con ese sentimiento tan español de desconfianza hacia todo lo público. ¿Nos irrita lo que cobran o estamos enfadados porque creemos que no se lo merecen?
El punto de vista es clave para responder. En mi caso, me he sumergido en la polémica desde la experiencia nórdica, cuando llevo dos semanas viendo a Europa desde arriba, me asaltan los anuncios en sueco y tengo a los algoritmos de Google empeñados en que me venga a trabajar a los países escandinavos. Sueldos medios de 4.000 euros (con perfiles muy demandados que pueden llegar a los 10.000) y unas expectativas de nivel de vida, conciliación laboral y prestaciones sociales que (pese a todo) siguen siendo un paraíso. Las ciudades son verdes y sostenibles (mucho), el transporte te lleva al fin del mundo y a los universitarios, por ejemplo, les pagan por estudiar.
No siempre brilla el sol, la tónica es justo la contraria, ni todo el año se pueden disfrutar los 20 grados en los que cientos de españoles nos hemos refugiado. Un par de curiosidades cotidianas: si cruzas en rojo un paso de peatones te multan con 100 euros y, como ya sabrán, lo de tomarse una cerveza es de valientes.
¿Emigrar a Suecia? En mi tabla de pros y contra gana el no, pero hay mucho que copiar. Incluidos los sueldos.
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