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Uno de los efectos más perjudiciales de la agobiada política española es el desinterés por la política internacional que se nos insufla. En un mundo que se encoge a pasos agigantados, nos atasca en nuestros pequeños problemas inmensos. Antes eran de identidad, con los nacionalismos rampantes; ahora se suman los problemas de institucionalidad, exacerbados por una corrupción invasiva.
El movimiento agónico de Biden, autorizando a Ucrania el uso contra Rusia de misiles de largo alcance, los ATACMS, ha pasado desapercibido para muchos. Esta decisión tiene una inmensa importancia, y debería tener una repercusión también interna.
Obsérvese que muestra a las claras una distorsión evidente. Durante los prolongados dos años de la guerra, el gobierno de Biden se mostró reacio a permitir ese uso militar. Ha obligado a Ucrania a pelear con el gigante que la invadió con un brazo atado a la espalda. ¿Por qué cambia ahora? La razón esencial parece ser que entrará Trump. Los bien pensantes pueden creer que se trata de fortalecer a Ucrania para que obtenga mejores posiciones en una negociación inminente. Los más escépticos dirán que se trata de dejar a Trump una situación compleja.
Sin gozar de la condición de experto en geopolítica, no entraré en análisis y aún menos en valoraciones, sino en una conclusión de uso doméstico. Ha quedado claro que el interés de Ucrania es muy secundario para Estados Unidos. Si Biden pensaba que podía ayudar con los ATACMS, ¿por qué los retuvo tanto tiempo? Si la política internacional de EE.UU. no puede sostener un apoyo constante a sus aliados, ¿qué confianza generará entre ellos en un mundo multipolar de conflictos crecientes? El desamparo de Ucrania o, al menos, su papel como juguete en manos de su principal social, ha quedado en evidencia con esta autorización, tardía y apresurada al mismo tiempo.
No podemos dejarnos arrastrar en política exterior por potencias extranjeras, que tienen, como es natural, sus intereses internos y son susceptibles de pegar esos bandazos que caracterizan la política actual. Ningún país está libre de enemigos y puede ser atacado, como ocurrió a Ucrania. Así, junto con una política diplomática prudente, propia y milimétrica, se hace imprescindible invertir en Defensa. Para preservar la libertad, más allá de la demagogia política, es esencial contar con un ejército coordinado, por supuesto, pero independiente y operativo.
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