Postrimerías
Ignacio F. Garmendia
Todo lo que era sagrado
En tránsito
Qué celebramos exactamente en la fiesta de la Constitución? Difícil saberlo, porque España es uno de los pocos países del mundo que está gobernado por unos grupos políticos que descreen –o abominan– de la Constitución. Incluso el presidente del Gobierno –por lo que sabemos– alberga serias dudas sobre la validez del marco jurídico que determina la naturaleza de nuestro Estado (o de lo que sea, porque cada vez es más difícil saber en qué clase de Estado vivimos). De entrada, el PSOE es un partido cesarista que hará y obedecerá lo que diga Pedro Sánchez, cuyos criterios políticos son tan caprichosos como los del simpático gato de Schrödinger. Y por lo que respecta a los socios de gobierno de Sumar –suponiendo que Sumar sea algo–, tampoco está nada clara su posición con respecto a la Constitución del 78. ¿La aceptan? ¿Creen en ella? ¿O no creen en ella? Nadie lo sabe. Empezando –probablemente– por los propios ministros de Sumar.
Una de las cosas más asombrosas que nos ocurren es que nadie repara en esa prodigiosa anomalía. ¿Es posible gobernar un país si no crees en el régimen político y jurídico que lo articula? ¿Es posible gobernar un país con el apoyo parlamentario de partidos independentistas cuyo único deseo es destruir la propia existencia de ese país? ¿Se puede edificar algo medianamente sólido con las propuestas de unos grupos que no quieren que nada sea sólido ni duradero ni eficiente? ¿Se puede apostar la estabilidad a unos grupos políticos que sólo saben promover la inestabilidad? Resumiendo, ¿se puede gobernar un país medianamente cuerdo y estable con el apoyo parlamentario de esos ornitorrincos políticos que son Junts, ERC, Bildu y el BNG? Son preguntas interesantes.
Cualquier persona con un mínimo de sensibilidad social se da cuenta de que vivimos un final de época. Algo se está terminando irrevocablemente en Europa. El consenso político, los beneficios del estado del Bienestar, la sensación de pertenencia a una misma comunidad cultural, todo eso que dábamos por insustituible de pronto amenaza con venirse abajo y dejarnos a la intemperie. Y aquí, entre nosotros, la Constitución del 78 se fundaba en esos principios: acuerdo, colaboración, lealtad mutua. Y justo por eso, imagino, los ilusos y los demagogos y los fanáticos estarían encantados de cargársela.
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