Felicidad selectiva

24 de diciembre 2024 - 03:08

Se está volviendo harto complejo felicitar la Navidad. Ya no es aquel genérico “Feliz Navidad” tan socorrido que decías independientemente del sujeto que lo recibiera. Suponías que el/la/lo/le receptor/a/e de tus nobles deseos compartía tu imaginario de estas fechas, a saber, que un niño Dios vino al mundo para mostrarnos que la inocencia y el amor redimirían los males del mundo.

Semejante suposición se ha convertido en un ejercicio de ingenuidad que te contestan con un “feliz solsticio de invierno” o con un laico y ateo “felicidades” tan leve como comercial o, ya puestos, con un rotundo y adusto “que la paz del Señor Jesucristo sea contigo”.

La comunicación deconstruida obliga a seleccionar el target del receptor para que te lo reciban sin batallas culturales.

Hay quien se remonta a las civilizaciones pre-romanas para buscar un tiempo previo más puro y límpido ajeno a la cultura judeo-cristiana, esa opresora del yo según creen, para rescatar el regocijo virginal del que aprecia que todo fenece para nutrir la semilla que renacerá un día. Matizan que celebran una vuelta al sol pero no al niño-sol que nació hace dos mil años y algo más.

Luego están los que abominan de estas fechas llenas de intereses comerciales. Para éstos, la felicidad navideña es tan vana como la sonrisa del presentador en la televisión.

Los guardianes de las esencias patrias se revuelven en sus casas contra la aculturización anticristiana y reivindican el belén y los reyes magos con sus regalos al final de las fiestas frente al gordinflón vestido de rojo con una coca-cola en la mano. Estos militan en las tradiciones inmutables del sorteo del gordo, la cena con misa del gallo y el fin de año aún familiar.

Ve uno que con tanto pensar en grupos de población se hace muy difícil tan solo ser durante unas semanas un poco más esencial, sin monsergas ni viajes de huida, volviendo los ojos a quienes lo llevan peor, a la familia que nos tocó en suerte y a los amigos que ahí siguen y con gratitud.

Tal vez en estos días, tan sólo con pararse a respirar podamos olvidarnos de pensar y dejar salir las ganas de abrazar sin reprimir lo bueno para que llegue a otros que igual lo esperaban todo el año.

Volvernos vulnerables no hace daño. Porque a lo mejor la Navidad era pararse a mirar alrededor con gratitud y desear de corazón esa felicidad que por un instante nos llega sin más.

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