La Rayuela
Lola Quero
Nadal ya no es de este tiempo
Qué razón tenía el filósofo Novalis cuando escribió: “No cabe duda de que cualquier convicción gana infinitamente en cuanto otra alma cree en ella”. Pero no sólo las convicciones: en mi familia, se me tiene más respeto desde que a Jude Bellingham, tras una caída, se le vio el calzoncillo. De color azulón, como los míos, los que me compro en un mercadillo de la calle San Antón, a 2,50 euros la unidad. Son horribles, que lo tengo yo hablado con todos los que han tenido el privilegio de verlos presencialmente o con los que los vieron secarse, banderas de libertad, al viento de la Vega. Buscamos que se respalden nuestras ideas, nuestros amores, nuestro club, nuestra inclinación por el edamame o por los perritos calientes del Bar Aliatar. Nuestro look. Desde iglesias, sinagogas y mezquitas del mundo entero, se trabaja para que todos creamos en el único Dios verdadero, el suyo. Y hay personas que se alegran muchísimo cuando se enteran de que alguien guisa, viste o piensa lo mismo que ellas. Pero es que lo que me pide ahora pánfilo es excesivo. Este sub-ego mío, pretencioso y engreído, intenta que yo admita que el libro del filósofo vasco T.G. Azkonobieta, La filosofía es la polla (2024), no solo coincide con él, sino que es una secuela de sus enseñanzas vertidas en clase y en varias publicaciones, desde el momento en que aparecieron en el panorama musical español Evaristo y su grupo La Polla Records. Azkonobieta conecta las letras de La polla con los principales ‘pensadores occidentales’, porque ellas nos invitan “a hablar con Sócrates y los sofistas; a reír con Diógenes; a entender la distopía de Platón y el pragmatismo de Aristóteles; a batallar con Locke contra el inmenso poder del Leviatán de Hobbes; a repensar a Rousseau; a dudar con Hume; a devolver la mano de Adam Smith al mundo de lo visible; a alejarnos del historicismo hegeliano de Marx o Fukuyama; a pelear junto a Bakunin o Emma Goldman; a manifestarnos con Marcuse contra la sociedad de consumo; a enfadarnos con Adorno; a perdernos por la ciudad con Debord o a vigilar el auge del populismo”, entre otras muchas cosas. “Lo mismo que hice yo”, me vacila Pánfilo: conectar a Evaristo y sus canciones con los grandes autores de la Literatura Universal. “Querido bloguero”, concluye, “es que hoy en día lo que no es copia es plagio”. Vale, le digo.
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