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El FMI es un oráculo económico de referencia. Aunque una mala tarde la tiene cualquiera: el Fondo la tuvo. Y no fue una mala tarde, que fueron dos... y alguna más. Fueron varios los desaciertos de sus previsiones en la época en la que lo dirigió un Rodrigo Rato que dimitió en 2007, justo el año en que todavía no sabíamos –alguno lo sabría– la que se nos venía encima. En 2000, Rato fue deportado con oropeles a Washington por su propio partido; véase por Aznar, que creyó tener un sucesor más manejable en Mariano Rajoy que en el supuesto artífice, como ministro de Economía, del también supuesto boom español de principios del XX. Que acabó como ni el FMI ni otros think tank internacionales y nacionales se olieron: una debacle presupuestaria, bancaria (cajaria) e inmobiliaria en la que sí fuimos campeones. Debemos creer que las previsiones son ahora más atinadas, menos despistadas. Por la cuenta que nos trae.
El FMI prevé que la española será la economía avanzada que más crecerá este año, muy por encima de la eurozona –países cuya divisa es el euro–, y que además la inflación que tanto nos ha castigado será menor que la media prevista para esa área de la UE. Grandes noticias, aunque ni al FMI ni a nadie se escapa que el paro es una losa cronificada de nuestra su salud social (junto con otra patología más silente, la deuda pública). Así pues, el Gobierno de progreso de Sánchez obtendría un notable en su cuota de responsabilidad en el desempeño de nuestra economía. No vale reconocer que las cifras macro son atribuibles al Gobierno sólo si es de tu cuerda.
Mientras, la mujer de Sánchez, el novio de Ayuso y el cataclismo personal y político de Íñigo Errejón nos estimulan más que la economía. Y a más de uno nos da el pálpito de que haberse hecho público esto último justo ahora –el morboso sacrificio en plaza pública de Errejón– vienen a lo de Begoña y lo del titular del (no) Lamborghini como aceite a las espinacas: de lujo. Aun cuando la defenestración del portavoz de Sumar y fundador de Podemos resulte ser un secreto a voces. Errejón había sido poseído por la bragueta neoliberal –eso arguye él– y por sus vicios privados, del todo contradictorios con sus públicas virtudes. Lo sabían todos: los de delante, los de detrás, los de la izquierda, los de la derecha. Pero ha sido ahora el momento de destaparlo; el de arrear otra andanada de tinta de calamar. Echar caso de la economía no renta. La economía es de estúpidos y raritos, se dirá el propagandista. El FMI y sus números no cotizan en el soberano teatro de lo insustancial. ¡Viva España!
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