Envío
Rafael Sánchez Saus
Luz sobre la pandemia
La España aquella de charanga y pandereta, de Frascuelo y letanía que Machado sufrió y retrató con maestría tuvo ya a su Machín negrito, aquel que tarareaba ‘Angelitos negros’. Otros tiempos en que la negritud a golpes de José Legrá aliñado por Perico Chicote, exotismo de sueño colonial de una Guinea que siempre nos vino pero que muy, muy grande aquí.
El certificado del cambio han sido los gestos, acento, gracejo y soltura de los que marcaban nuestros goles el domingo haciéndonos saltar de júbilo patrio mientras se rompía el imaginario colectivo nacional pero exclamando sentidos ‘Olé!’ con este chaval del primer gol más precoz aún que Pelé, siendo de Mataró y sin la maldad del fútbol aún en su alma, sólo pura ilusión por ese deporte rey redentor a veces de la miseria social. Un nueva épica con nueva estética.
A muchos les cuesta aceptar este ‘Españistán’ que ya es mestizo por mera necesidad de mano de obra fácil para trabajos que ya los españoles ‘wsc’ del bienestar declinaban coger. ‘Uno no es de donde nace sino de donde pace’, como ha quedado demostrado a golazo limpio.
De esto sabemos mucho. España es lo que es porque una masa de currantes osó invadir Europa alentados por un Franco al que media península hambrienta le sobraba. Pasaron desprecios de alemanes o suizos pero sus hijos allí se quedaron mientras que muchos volvieron para morir en su tierra con el dinero que sus compatriotas les negaron. Era la ley de la necesidad la que mandaba y la obedeciendo igual que hacen los que vienen a aquí a prosperar.
De resultas, un nuevo patriotismo está surgiendo. Más integrador, menos excluyente, diverso y enriquecedor. Lo diferente ya es también de aquí lo cual obliga a afirmarse en lo que somos y tomarlo más en serio o al menos cuidarlo. Resulta que hay gente que se deja el pellejo por ser parte de lo nuestro. Mucho bueno tendrá.
El domingo ante las pantallas enormes del fútbol repartidas por la ciudad había mujeres con pañuelo cubriendoles el pelo que ondeaban la bandera roja y amarilla con alegria; chicos sin camisa encendiendo bengalas en la escalinata del Palacio de Congresos; ‘jóvenas’ bebiendo a morro y dando gritos con cada gol. Un sentimiento de unidad llevaba a aplaudir hasta al rey levantando la copa. Pues sí. Esa fue la magia que todos vivimos en comunidad gracias a un deporte que, una vez más, nos ha despertado a una realidad del largo letargo que nos produce la espuma implacable de los días.
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