El Gordo y el Alto

El lanzador de cuchillos

13 de enero 2025 - 03:08

Hace unos días los pude ver en el Teatro Alcázar, frente a la raqueta desde la que Antonio López retrató la Gran Vía madrileña, y pude también confirmar que en el escenario son tan geniales como en los vídeos que llevan años colgando en las redes. Rober Bodegas y Alberto Casado –El Gordo y el Alto, como desacomplejadamente se autodenominan en el espectáculo Hecho a mano, que es mucho más que una ampliación de sus historias breves de YouTube– tienen un talento extraordinario para mostrarnos lo ridículos que los urbanitas –vivamos en Madrid o en Castellón– podemos llegar a ser. Son ácidos, punzantes, incluso sarcásticos, pero su humor no está exento de piedad, porque saben que todos, modernos, pijos, social warriors o canallitas, somos mitad agua y mitad tontería. Por eso, su mirada es crítica, pero amable. Nos ponen un espejo y nos invitan a mirarnos por fuera y por dentro. Se ríen de todo cristo, pero, como quería Boadella, básicamente de su público, es decir, de sí mismos. Es el suyo un humor inteligente y honesto, que no sólo te hace sonreír, sino, por momentos, descojonarte como un anormal, lo cual es muy de agradecer en estos tiempos de chicles estirados y humor sistémico en que la premisa para ser un cómico fetén parece ser no tener ni puta gracia. El runner, el londinense, los ciclistas del chuletón, las almas bellas, los emprendedores con fachaleco. El festivalero fuera de onda, el CEO con pistola de agua, los paletos de ciudad. Todos hemos estado en una boda con música de Ricchi e Poveri y servilletas al viento, todos hemos sido alguna vez el figura del gin tonic en una terraza del centro –sin haberlo pensado, me ha salido un pareado–. Dice Juanjo de la Iglesia que los pantomima han inventado algo en un campo tan trillado como el del sketch: el cartel, que es el pepito grillo cabroncete que llega con las rebajas cuando el personaje se pone estupendo para molar. Los intertítulos constituyeron un recurso de primer orden en el cine mudo, donde fueron profusamente utilizados para transcribir los diálogos. En ocasiones, también se jugaba con el color y la tipografía de los títulos para marcar énfasis o expresar los estados de ánimo de los personajes. Bodegas y Casado –¡qué grandes apellidos pantomímicos!– usan los carteles para bajar los humos a los flipados que pueblan sus caricaturas. Esos que dicen nuestros vecinos que se parecen tanto a nosotros.

stats